Las buenas costumbres es un cuento maravillosamente irónico de Denise Phé-Funchal acerca del hombre ideal y de cómo hallarlo según las instrucciones de tu madre. Pero ese también es el título de su último cuenteario, que está estrenando su segunda edición este año.

 

Y es un cuentazo. Un cuento en superlativo. Pero también lo digo literalmente: es un guamazo. Según la teoría moderna de la construcción narrativa, un buen cuento es un knock-down, un golpe que no veías venir y que te deja incapacitado para responderlo. Es el final inesperado, que no imaginabas aunque seguiste atentamente las pistas que con renuencia te dio la autora.

 

Pero los knock-down no solo son a nivel intelectual, no solo te hacen pensar: “oh, vaya, qué astuta”. Buenas costumbres también tiene los cuentos Rueda y Uno, que no solo son un golpe certero, sino, oración a oración, van lastimando tu corazón.  Historias de niños rotos, niños que querían soñar y amar incondicionalmente en un mundo de adultos crueles, más ocupados con el dinero, con guardar las apariencias o con cumplir los ritos. Más adelante, también está Chapstick, del que se hizo un cortometraje seleccionado para el Festival de Cannes en 2011. En este también vemos niños forzados a encajar en moldes, a existir bajo el régimen de locura de sus padres, a tragarse el miedo y el dolor solo para sobrevivir.

 

Son cuentos que nos hieren porque hemos crecido como esos niños a los que la realidad de los adultos golpeó y obligó a cambiar, a abandonar la ternura, los sueños y el idealismo. Así, la literatura es puente y es un cuarto de espejos. Si no logra que conectes historias ajenas con tu interior o si no hace que veas reflejos de ti que no sabías que existían, no es literatura auténtica. La conexión emocional es la primera que establecemos con un texto, y es eso lo que más valoro de los textos de Denise. Es hasta después de haber conectado a nivel emocional, que uno debería empezar a fijarse en los artificios literarios y la relación de lo narrado con la realidad.

 

Este libro también puede disfrutarse más allá de la identificación emocional. Ya hablé de los tuists pero el bosquejo tan preciso de cada historia, que nos muestra vidas y no solo dice cómo son, es apreciable. Las descripciones, en general, van a buen ritmo y permiten que la imaginación complete lo que hace falta. Además, la forma de narrar las historias de los personajes nos hace sentirlos como personas reales.

 

Además, hay un rasgo de estudio sociológico y de cuidadosa observación que quiero resaltar. En Zapatos, Partiré mañana, Mujer y Estás hay mujeres abusadas y oprimidas, siempre buscando escapar, no siempre lográndolo, como sabemos que pasa en el patriarcado machista (y como nos sentimos nosotras mismas, también). Incluso el último, Ciudadanía, es una burla descarada hacia la apología de la violencia que hacemos como país subdesarrollado. Porque “buenas costumbres” también puede hacer referencia a cómo la sociedad se impone sobre el sujeto, cómo las normas que la sostienen deben prevalecer por sobre los que las desafían, cómo toda la crueldad humana debe enfocarse en reprimir la individualidad.

 

Al inicio, quise clasificar esta antología como horror triste porque es una serie de cuadros que nos demuestran cuán capaces somos de lastimar.  N. Carroll ha propuesto que la diferencia está en que el horror es protagonizado por un monstruo y que el terror puede ser provocado por humanos. Algunos personajes de Buenas costumbres, como los padres en Manzanas, son humanos tan monstruosos que transgreden esa línea. Mentiría si dijera que disfruté ese cuento (al igual que Pequeñas cañas o Directamente nunca), más bien, seguro mi cara expresó repugnancia mientras los leía. No obstante, la realidad suele ser más repugnante que hermosa y no puedo obviar tampoco el mérito literario de narrarla bien.

 

Quizá en algunos cuentos me pareció que faltaban detalles, pero a lo mejor, a mí me falta imaginación. En otros, la estructura se siente un poco débil, pero en general, pienso que es una colección de cuentos sólidos, una lección de cómo deberían hacerse. Buenas costumbres es un puente hacia lugares con los que uno no pensaría conectar jamás, con todo y terror; espejos en los que el horror está en descubrirse como niña resquebrajada o como mujer asfixiada (y eso no implica para nada que sea literatura exclusivamente para mujeres). Golpes certeros e insospechados que, como lectora entusiasta, me gusta recibir.