Nos limitamos a quitarnos de encima el muerto
(el cuerpo yacente, aquello que había sido y ahora no sabíamos qué era),
como hace todo el mundo.
Como harán conmigo. Cuando muere alguien, nuestra obsesión es borrar
el cadáver del mapa. Extinguir el cuerpo.
Ordesa, Manuel Vilas
En Abalurdes —un pueblo ficticio—, se vive con cuerpos debajo de los pies, hollín en las pestañas, muerte en los pulmones y ceniza en todas partes. En esta novela, el trabajo es el eje central de la vida de tres hombres que tienen el fuego y la muerte en común. Ernesto Wesley es bombero, pareciera ser que solo mientras el fuego está vivo, él lo está también. Le pesa la vida como le pesa a Abalurdes la ceniza que se cierne sobre ellos, nada le asombra, le huye a todo lo que no quiere enfrentar y tiene muy en claro que la pérdida se adhiere como el hollín a lo que tiene cerca. Se atreve ir adonde nadie quiere ir, es bueno en lo que hace pero pocos lo saben.
Ronivon, su hermano, es fiel a los vivos que tiene cerca como al carbón animal. Vive cerca de los hornos, el calor es todo lo que tiene y tampoco le tiene miedo a nada. Al carbonizar un cuerpo, las extremidades se contorsionan y se encogen. Lo que una vez fue humano parece replegarse sobre sí mismo. La boca se abre desmesuradamente y luego se contrae. Los dientes saltan. El rostro se marchita y se torna un grito congelado de horror. Según Ronivon, debemos volver a las cenizas, pues, es de donde venimos.
La “carbonera”, la sala de hornos donde trabaja Ronivon, responde a lo que Manuel Vilas (1962) escribió en Ordesa: “el dinero es más poderoso que la vida y que la muerte y que el amor». Aquí se incineran varios cuerpos al día, solo se pueden retirar los cuerpos con previo pago de la factura, las salas de honras fúnebres solo están disponibles durante quince minutos (y no más), y las cenizas se conservan en el columbario por un período máximo de treinta días. Vilas también escribió: “El negocio con los muertos abochorna, pero los muertos exigen trabajo, y el trabajo ha de cobrarse. El problema es el precio. Es asombrosa la capacidad del capitalismo para convertir cualquier hecho en una cantidad de dinero, en un precio. La conversión en un precio de todo cuanto existe en presencia de la poesía, porque la poesía es precisión, como el capitalismo. La poesía y el capitalismo son la misma cosa.” Ronivon se encuentra en una encrucijada cuando un accidente lo deja sin hornos y su trabajo pende de él. Ochenta y siete cuerpos lo esperan pero solo tiene dos días para deshacerse de ellos.
Edgar Wilson, minero de carbón, es un joven de 23 años que se sumerge en la oscuridad y solo tiene dos días libres al año. Se le ha olvidado el color del día; baja a la mina a las cinco y media de la mañana y no vuelve a emerger hasta las cinco y media de la tarde. Nunca ha sufrido un accidente pero el fuego no perdona a nadie. En este punto, los caminos de Ernesto Wesley y Edgar Wilson convergen. De Abalurdes nadie sale. Aquí la única salida es convertirse en carbón animal. La abundancia de la muerte también le da vida al pueblo. La energía brota de los muertos. Así se alimentan, así se sanan. Los cuerpos incinerados generan la energía eléctrica suficiente para abastecer el hospital y varios comercios de los alrededores.
Los muertos del hospital y en especial los indigentes son incinerados en el Cerro de los Ángeles, y su calor se transforma en energía para abastecer a los vivos. Los vivos de Abalurdes saben sacarles provecho a sus muertos. Está claro que para leer Carbón animal hay que experimentar la muerte en primer plano, de hacerla nuestra, de no ignorarla como lo hacemos a diario. La muerte la tenemos en los pies, en los ríos, en la ciudades y en la tierra. Dentro de unos decenios o un centenar de años habrá más cuerpos bajo tierra que sobre ella. El suelo y el agua estarán infestados de necrocromo, una sustancia tóxica que destilan los cuerpos en descomposición. La muerte sigue generando muerte. Se propaga sin cesar, aunque no la veamos.
Ana Paula Maia (1977) es lo que a muchos nos hace falta leer. Es cruda y no subestima el poder de la muerte. Su discurso es el poder opresor del trabajo sobre la vida de hombres que no ven el sol, los mismos que no tienen tiempo de querer a nadie, que no saben perdonar y no sienten dolor, lo único que tienen es el vacío de la pérdida. Cuanto más difícil es la vida, más muerte genera.
ANA PAULA MAIA
ISBN: 978-607-9409-93-7
Editorial: JUS LIBREROS Y EDITORES
Nº páginas: 0
Año de edición:
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