Pocas veces pierde vigencia una obra como esta que es todo amor, mucha guerra, tanta historia.  Mal de amores es una novela hilvanada con meticulosas imágenes, mucho movimiento, personajes memorables y sucesos familiares atados con listón al acontecer del México revolucionario. La autora, Ángeles Mastretta, fue la primera mujer galardonada con el  premio Rómulo Gallegos de literatura. Y se debió a esta maravillosa obra. Mastretta fue dotada por un particular don en el uso del lenguaje. Su narrativa está poblada por metáforas y símiles extraordinarios. Párrafo a párrafo, edifica con gracia y cierto desenfado una obra de arte en donde historia y lirismo conviven en absoluta armonía.

Inicia el relato en el Yucatán Caribeño. Nos lleva a Puebla, al Distritito Federal y hasta Chicago y Nueva York. La trama suelta sus redes sobre el lector desde el primer párrafo. Mastretta es hechicera a la hora de contar historias. En esta entrega, teje un hermoso relato en donde las historias íntimas de los personajes se entrelazan con la de un país postrado de rodillas.

Dibuja el extravagante desaforo del amor con tanta riqueza como cuenta los conflictos políticos que colocaron a México en medio de cañones. Como si alternara pasos de baile, describe la cadencia de un corazón al romperse y, sin que los lectores sintamos, cambia de compás para contar cómo conviven los refugiados en un tren de guerra.

Emilia Sauri es el personaje que se ubica en el centro mismo de la novela. Hija única,  crece en el seno de una familia liberal, habitante de un submundo que sucede entre galipotes de remedios, hiervas aromáticas y tertulias políticas. Desde niña escuchó aquello que sus padres y sus compañeros de pensamiento anhelaban para el país. Emilia,  a pesar de haber nacido en un siglo regido por lidias masculinas, supo desde joven que su voluntad sería uno de sus activos más preciados y que sus capacidades le pertenecían a ella, a nadie más.

Se gestaba la revolución. Esa guerra larga que convulsionó durante más de una década a un pueblo mexicano que estrenó el siglo XX bajo el yugo de la dictadura de Porfirio Díaz. Mientras su país se tropezaba una y otra vez, en su Puebla natal, Emilia despertaba al amor, a las injusticias y a una vocación innegociable por la medicina. Descubrió su destino encontrándose en las propiedades medicinales de las plantas y  los prodigios que su padre, albergaba en una botica de leyenda.

Emilia y Daniel compartieron infancias. A sus padres los unía la inconformidad que los intelectuales liberales sentían hacia la dictadura.  Fueron familias cómplices en muchas campañas. Cuando se reunieron, siendo ya jóvenes adultos, al regresar él de estudiar, un huracán de amores los azotó sin remedio. Y es en ese reencuentro en donde empieza una tumultuosa historia de revoluciones políticas y sentimentales. De convicciones encontradas, renuncias y persecuciones.

La relación se ve ensombrecida por los menesteres que la guerra imponía. Asuntos que con dolor ella va sorteando y que la inducen a tomar decisiones impensables. La llegada de cierto médico, quien tenía como hábito supremo el ejercicio de la paz, traza otro camino en el mapa de la novela.

Mal de amores retrata todas las dimensiones del sano desapego a los bienes materiales,  indispensable si corren tiempos de guerra, cuando el día siguiente es un destino incierto. Sus páginas están pobladas por mujeres de vanguardia, guerreras de vocación política que alteraron el rumbo de la historia cuando el rol de la mujer empezaba y terminaba en la cocina.  Damas que buscaron libertades que, fehacientemente, consideraban derecho natural e imprescindible para cobijar a sus familias.

Habitan sus párrafos pioneras de la medicina, apasionadas por la ciencia de la vida. Que entonces ser médico fuera asunto de hombres, era apenas una piedra en el zapato de sus convicciones. La medicina en sí es un personaje. Está en la verdad que asoma su rostro desde la mirada de los enfermos, en el ritmo de su pulso y en la agonía de los heridos por la guerra.

Mal de Amores es inolvidable, un espacio en el que el lector aprende a querer a los personajes como si los hubiera conocido en el plano mundano. Y es quizás ahí, en la profundidad de los seres que habitan el libro, en donde radica su magia.

“… la vida de los otros, el dolor de los otros, el alivio de los otros debe regir el aliento, las madrugadas, la valentía y la paz de todo médico.”

― Ángeles Mastretta