Quizá fue en octubre o noviembre de 1998 cuando me enteré que sobre la Avenida Reforma, en la zona 10, a pocas cuadras de mi apartamento, casi enfrente del edificio Real Reforma (en la zona 9) donde funcionaba la librería Cervantes, se abriría una nueva librería.

¡Fantástico!, me dije y esperé pacientemente hasta que en diciembre la librería SOPHOS abrió sus puertas bajo la mirada de siete leguas de Marilyn Pennington.

Durante algunos años las mesas de la cafetería de SOPHOS ,fueron una extensión de mi casa y gracias a ellas me reunía con amigos que “arreglábamos el mundo”, cuando no leía un libro acompañado de un delicioso expresso.

Así, en una de esas mesas me nació El gliptodonte (Un Dejà-Vu à la Hussarde)  divertimento que Artemis Edinter publicó en el 2007 y en el que dialogan los libros que descansaban en los anaqueles (hoy puedo decir, de SOPHOS)  a la espera acaso de un lector.

Años después El gliptodonte se tradujo al árabe, posiblemente para que los estudiantes de español de la Universidad de Fez intentaran conocer los vericuetos idiomáticos de la lengua cervantina.

Hoy que estoy escribiendo sobre los 20 años de «Sophos», se me hace cuento que 5 de noviembre de 2002 le puse punto final a «El gliptodonte» asumiendo como Ernest Bloch que “La literatura es una fiesta y un laboratorio de lo posible”.

 Releyendo mis apuntes de aquellos primeros años de SOPHOS,  veinte años después, deseo que por ningún motivo esta librería sea considera un fósil de un tiempo en que los hombres y mujeres llegaban para adquirirlos.

Espero y confío que nunca jamás los libros que tengamos en nuestras manos, sean restos fósiles como los de aquel “Gliptodonte” que el sabio Florentino Ameghino bautizó su librería a fines del siglo XIX. Fósiles obviamente mucho más pequeños que los de aquellos gliptodontes que deambularon por las pampas argentinas hace veinte millones de años y que, comiendo hierbas podían alcanzar los cuatro o cinco metros de altura y pesar unos 400 kilos. Animalitos estos, los gliptodontes, que llegaron a convivir con los hombres como los libros que para dicha de los lectores de Guatemala, repletan los anaqueles y las mesas de “Sophos”.

Se me antoja que SOPHOS es como la biblioteca de El-Iskandariya, “la madre de todas las bibliotecas” donde gliptodontes y dinosaurios pueden permanentemente despertar y continuar felizmente entre las voces de KFK, Proust, Asturias, Joyce, Borges, James, Conrad, Chejov, Cortázar, Wilde, Shakespeare, Cervantes, Huidobro o Heráclito, cuando no, asumir su pasado con Eurípides o discenir de Esquilo cuando no retrucar a Píndaro.

Deseo concluir mi homenaje por estos primeros veinte años de SOPHOS,  parafrasenado a Groucho Marx: “Fuera del libro, un gato o un perro  son probablemente,  los  mejores amigos del hombre” .