Conocí a Edurne. Viajó a nuestro país en ocasión de la FILGUA 2018 y entre otros asuntos literarios, presentó la documental que produjo con José Ovejero, “Vida y ficción”, un trabajo espléndido. El comentario viene a lugar porque adquirí su novela Mejor la ausencia cuando asistí a ver el documental a SOPHOS. Charlando de esto y lo otro, contó que se trata de su primera novela. Después de leerla me resulta difícil creerlo. Su libro entró como taladro en mi ser lector y se ha quedado dentro.

La novela atrapa. El primer capítulo es una ventana pequeña, once líneas de palabras cuya contundencia dan el banderazo de salida a la historia. Colocan sobre la mesa primera un acontecimiento breve pero preciso. Una pista o un presagio o un cabo al que debe buscársele amarre. El lector decide.

La cadencia de su narrativa produce una inercia que hace resbalar a gusto texto adentro, a pesar de la cantidad de seres y sitios fragmentados que irán encontrándose en su camino. Su estructura es impecable. Lo es en su cronología, en la construcción de personajes y en la forma rítmica en la que suelta causas y consecuencias del argumento.

Una familia en la región vasca. Madre, padre, tres hijos varones y una niña, la más pequeña, Amaia. Una abuela que procura salvar lo insalvable y Pili, un personaje que entra y sale pero que es fundamental para explicar las distintas caídas. 1979 abre la puerta que llevará al lector rumbo a la ventana pequeña del primer capítulo. Amaia es la voz que desde los 5 años nos conduce por el sendero, casi siempre doloroso, de su historia, la de su familia y la de una región dividida que se transformó con el hachazo de la violencia.

La novela está dividida en dos partes, la primera transcurre desde 1979 hasta 1992. En ella somos testigos de cómo Amaia muta desde la infancia hasta el final de la adolescencia arrollada por todo tipo de violencias. Amaia testigo. Amaia sobreviviente. Un padre que en un principio es un misterio, desalmado, una madre que opta por hacerse invisible detrás del alcohol y de las paredes como medida torcida para sobrevivir y tres hermanos que se valen de lo que encuentran y de quienes son para buscar su propia salida. El hermano que prodiga ternura a la pequeña “Amayita, txiki…” y que muy pronto, de tajo, dejará de hacerlo contra la voluntad de ambos, víctima del entorno demencial en el que estaba sumido. También está el rebelde, oscuro, que sigue la ruta del peligro, y por último el que procura huir dentro de sí y lejos de todo. Un conflicto político con la violencia atroz del terrorismo agigantándolo, una región dividida, drogas y caos para la juventud, amenazas y consignas mortales pintadas en las paredes para los padres. Ese es a grandes rasgos el telón de fondo. Amaia poco a poco se despoja de la dulce inocencia de sus años primeros. Portela crea esos rasgos de infancia con tal detalle que el lector casi puede tocarlos. Amaia se mueve a trompicones en el ambiente que desintegra a su tambaleante familia, sin poder evitarlo va dejando de ser lo que prometía, deja también de creer. Sumida en una extraña sensación de abandono, se cierra al mundo que hasta entonces conocía, en un intento imposible, inconsciente acaso, por ordenarse. Pero la crueldad del ambiente alcanza a todos.

Amaia adolescente opta por otros derroteros, siempre nadando contracorriente y despacio se acerca a pozas de peligrosa amargura. La salvan, a veces, asuntos simples. Su amor por los libros, el refugio que encuentra en ellos, un par de amigas que no dejan de acompañarla, su aguda curiosidad, la fuerza de la juventud.

La ausencia de los padres, cada uno en su versión, coloca a los hijos frente frente a su propia vulnerabilidad en el caos del núcleo familiar. Ese es, quizás, el hilo conductor.

Y llega Galicia. Un escenario que en la brevedad que ocupa dentro de la novela, da respuestas a una Amaia adolescente, irremediablemente quebrada. Es ahí en donde la niña-joven-casi mujer descubre que, después de todo, quizás es mejor la ausencia, con todo y el precio que supone.

El caos exterior resulta inevitable y el que cada uno de los personajes vive dentro de sí representa el corazón de esta historia que conmueve y atraviesa y llega al centro del lector.

La segunda parte sucede durante el 2009. Amaia vuelve lamiendo heridas, golpeada por otro tipo de fragmentación. Los seres humanos somos a la vez héroes y víctimas de lo que nos toca vivir, náufragos en los mares de nuestra propia leyenda. Amaia no es la excepción. Con habilidad, Portela nos coloca en el sitio exacto para comprender que la mujer que ha vuelto, con fracasos en la maleta y el vago deseo de empezar de nuevo, encuentra en la niña que a los cinco años aguardaba con ilusión a los Reyes Magos y reía cuando su aita le hacía cosquillas, la respuesta para sobrevivir y reinventarse. La descubre escribiendo.