Retrato: pintura, fotografía o descripción de la figura de una persona.

Inevitablemente los recuerdos al igual que los días los terminamos enumerando. El dieciséis de mayo la tarde caía con esa nostalgia intrínseca de la cotidianidad, como un previo aviso de que el día ha terminado, Gabriel se inclina un poco sobre la mesa de la cafetería y rebusca entre sus recuerdos, con la mirada dulce, como quien recuerda algo hermoso, eso que nos conmueve, aquel primer contacto con la poesía, se distrae y suelta:

-Mi mamá era súper católica, entonces en casa teníamos una revista donde se encontraba un poema que Miguel Ángel Asturias le escribió a Jesús de la Merced.

Y como cualquier niño que quiere llamar la atención de su mamá, Gabriel reescribió el poema solo cambiándole algunas palabras, se lo mostró y con ese amor  genuino que los une, ella le hizo ciertas correcciones a los versos. Se le escapó, libre, una sonrisa, al recordar a su mamá siguiéndole el juego y haciéndole una crítica al poema de un grande como Asturias.

Mencionó otros momentos, las clases de primaria y sus interminables actos cívicos llenos de niños con uniformes de colores tristes repitiendo rimas, nerviosos por no olvidar ninguno de los versos memorizados.

Luego, con mucho cuidado de no olvidar ningún detalle, me cuenta lo que los demás años trajeron, la transición que vivió la poesía del país entre el 2003 y 2008, con aquel grupo de jóvenes encontrándose y conociéndose, leyendo, escribiendo y hablando de poesía, haciendo de ella su fuente de encuentro y memoria. Menciona el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango y la editorial Catafixia como el resultado de todos esos años llenos de intentos por no dejar morir los versos, por buscarle un espacio a la poesía.

Los suplementos literarios que en ese entonces eran su único contacto con la literatura, ese choque brutal ante la existencia de la poesía de Wingston González, el joven de la misma edad que escribía todo lo que él había esperado decir. Y la llegada del internet a casa, porque con ello pudo atenuar su curiosidad por las letras.

Entonces ese pensamiento que cada persona resguarda a ciertos autores, me invade y le pregunto cuáles son esos escritores que han habitado en él, que lo formaron, incluso aquellos a los que siempre regresa. Raúl Zurita, Enrique Lihn, Leopoldo María Panero, Roberto Bolaño, Javier Payeras y Maurice Echeverría son solo algunos de los que Gabriel, con un gesto pensativo, nombra. Las distintas lecturas de entrevistas en busca de referencias literarias que lo llevaron al poeta ecuatoriano Ernesto Carrión, el cual juega un papel importante en su poesía, y me atrevo a decir que también en su vida.

Pero también menciona aquellos días llenos de caminatas que los llevaban a librerías de usados, lo que encontraba allí era lo que leía, recuerda con mucha alegría la librería del Búho, con quién construyó una pequeña pero sólida relación, un maestro para él. Allí se encontró leyendo la obra completa de Huidobro y muchos otros libros, los cuales con el paso del tiempo fueron vendidos, entregados a otros, encontrando otro camino, lo cual le ayudó a desprenderse de muchas otras cosas.

Y así entre nombres, nacionalidades y poemarios le preguntó en voz alta lo que nos había llevado a ese encuentro, la creación y el nacimiento del poemario Luz de Adán, publicado originalmente en 2017 y que había sufrido dos o tres reescrituras. Recuerdo a Gabriel rememorando un proceso, o tal vez más que eso, reconstruye otra etapa de su vida, una donde tanto la vida misma como todo lo que conlleva ella, la rabia, la duda e incluso la muerte, le había hecho escribir. Me dice que la escritura para él es como querer hacer un plano y sobre ese plano ir construyendo.

Para contextualizar trae a la conversación, con cierta timidez, el nombre de su primer poemario: doce noches, su tiraje de pocas copias, su ya casi inexistencia y el ejercicio que se propuso durante cada una de esas doce noches para concluir en la número trece en donde nació un poema en plena madrugada de un día cualquiera. Ya un poco más cerca nombra a Vacíos paralelos y el propósito de este: llevar al papel la estructura que armó en su cabeza de un poema largo dividido en tres partes con la intervención de un personaje de un cómic. Por último Luz de Adán es nombrado y pienso en él diciéndo(se): Debemos asumir y ser conscientes que lo que uno escribe tiene un efecto. Yo creo que la poesía o la escritura en general si es capaz de modificar la realidad, al final el ejercicio es el mismo, hacer palabras sabiendo el potencial que tienen de afectar a otra persona.

Luz de Adán fue esa consciencia, esa voz, esas palabras que en algún momento pasaron a ser un especie de terapia, una forma de dulzura, algo tan doloroso que necesitaba ser escrito. En él se guarda un padre o un hijo, el nacimiento y la muerte, la omnipresencia, el amor, la decadencia, el silencio de las palabras, el rótulo de los recuerdos, el deterioro del tiempo y la nostalgia por una infancia que nunca fue. Los poemas prometidos que habitan en estas páginas me hacen sentir que no estamos tan vacíos, o al menos que el vacío es algo hermoso y potente, lúcido, delirante y fugaz.

No estoy aferrado a nada, me dice, puede que nunca más vuelva a escribir un libro, la publicidad no resultó ser lo él quería ser pero el periodismo era la única oportunidad en la que iba a poder ganarse la vida haciendo lo que quería hacer, que era escribir.

Dentro de la fotografía existe un tipo de retrato, plano detalle se llama, es el retrato más cercano de todos y es el que recoge una pequeña parte del cuerpo que no necesariamente debe corresponder con el rostro, este retrato intenta concentrar la máxima capacidad expresiva. Yo me permito entrever una parte de Gabriel así, después de intentar hacer un retrato con estas palabras, en silencio, cuidando el gesto de sus manos al explicar algo, en la risa nerviosa, en su mirada pensativa buscando un nombre para todo.

Pienso en él y en esa tarde buscando las palabras precisas para hablar de poesía, para inevitablemente terminar descubriéndose a través de ella, mostrándose con ella y viviendo por ella.

Tal vez mi gran pasión no sea la fotografía en sí misma, sino la posibilidad de grabar una fracción de segundo de la emoción en un sujeto y la belleza que este emana. Gabriel no solo me ha regalado la poesía como tal, me ha dado ese silencio necesario para inmortalizarlo en una fotografía.

LUZ DE ADÁN

LUZ DE ADÁN

GABRIEL WOLTKE

ISBN: 978-9929-559-83-7

Editorial: EDITORIAL CULTURA

Nº páginas: 0

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