La primera y maravillosa vez que Sergio Pitol estuvo en Antigua y en Guatemala

No le hagan caso a los obituarios. Los autores de Libros Vivos —como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, que además siempre tuvieron al pueblo guatemalteco en un lugar especial de sus afectos— amanecen cada día más vivos en las páginas de sus libros o en las respuestas que dejaron en entrevistas como ésta, en la que Sergio Pitol reconfirma las certidumbres del también creador mexicano Daniel Sada: Sergio Pitol “es el amigo, el maestro, el hombre que lo ha ganado todo; él es el ejemplo, el modelo”.

Perdomo Orellana y Guinea Diez : Por lo que se ve y se huele, no le funcionó el tratamiento de hipnotismo para dejar de fumar…

Sergio Pitol: Desde luego. Ahora que regrese a México, ya tengo arreglada otra cita.

PO/GD: ¿Cuántos años lleva en el cigarro?

SP: Ussshhh… Empecé a los 17, aunque a veces hay temporadas en que lo dejo.

PO/GD: ¿De qué depende el dedicar o no un libro, Sergio? La vida conyugal y Juegos florales no se los dedicó a nadie…

SP: No, ¿verdad? Es difícil dedicar algunos libros. La vida conyugal es imposible, por todo ese embrollo de los matrimonios.

PO/GD: Para sus lectores guatemaltecos —que los tiene, pese a que esto es Guatemala—, es muy significativo que usted haya dedicado El desfile del amor a Lya y Luis Cardoza y Aragón, entre otros…

SP: Sí, claro. Ayer, caminando, estaba yo recordándolos. Lo que hablaba él de Antigua. Fue una figura extraordinaria. ¿Ustedes lo conocieron en México? Era una figura extraordinaria.

PO/GD: Primero conocimos Las líneas de su mano, que aquí circulaba clandestinamente, y muchos años después lo tratamos en su eterno exilio mexicano. ¿Es la primera vez que usted viene a los saldos de Guatemala?

SP: No, pero no había estado en Antigua.

PO/GD: ¿Había estado en esa antología de lo horrible a la que los optimistas continúan refiriéndose como la suidá capital?

SP: Y en unos momentos muy difíciles, no sé si en el 80 o en el 81. Tenía una semana para visitar Guatemala y desde el momento que llegó el avión vimos el aeropuerto rodeado por el ejército. No recuerdo qué había pasado, tal vez ustedes me podrían decir… Parece que habían raptado a alguien de la familia presidencial, dos hijas o dos hermanas. Estuvimos así unas seis o siete horas, encarcelados casi. Llegamos muy noche al hotel. Al día siguiente volví a sentir esta cosa muy pesada, muy militar. Los periódicos eran terribles. Al siguiente día me fui. Ésta es realmente la primera maravillosa vez que estoy en Guatemala. Llegué antenoche e hicimos varios recorridos ayer en la mañana.

PO/GD: ¿Era tan grande su cariño por Cardoza y Aragón como para que también lo mencionara en su discurso de aceptación del Premio Cervantes?

SP: Un cariño de por lo menos 30 años. Lo conocí desde que yo tenía 17. Monsiváis, Pacheco y yo íbamos constantemente a su casa. Sentí mucho su muerte, muchos la sentimos.

PO/GD: ¿Es cierto que su cercanía con Guatemala viene desde una manifestación en la Ciudad de México en contra del golpe de Estado que enquistó el terror y la corrupción en Guatemala desde 1954?

SP: En esa marcha conocí a Carlos Monsiváis. Ahí estuvo también Frida Kahlo, quien a las dos semanas se murió, estaba ya casi moribunda, pero exigió que la llevaran. Carlos Pellicer también estuvo ahí. Casi todo el mundo mexicano estuvo ahí.

PO/GD: ¿Hay alguna influencia de Cardoza en ustedes?

SP: Yo creo que sí, sobre todo en cuanto a la libertad de pensar y en algunas otras corrientes que teníamos desde siempre… Fíjense, cuando él estaba ya muy malo, ya muy enfermo, me llamó a mi casa, yo había publicado en esos días una novela… Domar a la divina garza… Él ya no salía de la cama, pero me llamó y me dijo que era mi mejor libro y que no tenía conexión alguna con la literatura americana, sino a que a él lo remitía a Rabelais y a Jarry. Esa llamada fue para mí como un premio.

PO/GD: ¿Tuvo alguna cercanía con Augusto Monterroso?

SP: Él también fue un amigo enorme, enorme, y un maestro.

PO/GD: Usted dedicó “Los oficios de Clara” a Anamari Gomís, quien en un homenaje reunido en el libro Sergio Pitol. Los territorios del viajero asegura que a usted le “encanta” decir “¡Qué maravilla!”, expresión que esta mañana no le hemos oído ni una vez. ¿Es que es muy temprano y no se ha encontrado con ninguna?

SP: Puede ser que, en realidad, se trate de una frase que no frecuento.

PO/GD: Y por fin, ¿quién es el maestro: usted o Vila-Matas? Nosotros lo tenemos claro: el maestro es usted.

SP: Yo también.

PO/GD: ¿Le ha sucedido lo mismo que a Borges? ¿No es usted más leído ahora que hace unos veinte años?

SP: Bueno, durante unos 20 o 25 años mis primeros escritos tuvieron un público muy pequeño, pero muy fiel y muy alentador. Ahora esto ha cambiado, sobre todo entre los jóvenes de Latinoamérica, España, en México ni se diga… Por eso, ayer en la conferencia me sorprendió que hubiese dos jóvenes nada más y pensé: estoy todavía en mis primeros 25 años de escritura.

PO/GD: El editor catalán Jorge Herralde contó hace poco que usted había inaugurado una sala de cine en su casa de Xalapa, Veracruz. ¿Qué vio recientemente? ¿Ya vio, por ejemplo, esa salvajada que Mad Max Gibson filmó a unos pasos de donde usted vive?

SP: Tengo muchomuchomucho cine. Pero clásico. Casi no veo ya películas, no voy al cine, sólo cinco o seis veces al año. Pero me gustan mucho los clásicos, y además otros que no son clásicos, que los vi en la niñez y en la adolescencia, que en aquellos momentos me fascinaron y cuando vuelvo a verlos me llega de nuevo la fascinación. Sí, en mis novelas hay mucho de cine, más del teatro, las estructuras son teatrales, pero hay muchas escenas que vienen de haber visto cine.

PO/GD: Caminando por las calles de Viena, ¿pensó que por ellas habían caminado también Bernhard, Broch, Canetti, Musil?

SP: Sobre todo en Kafka. Yo viví seis años en Praga, fui el embajador de México por seis años, estuve otros dos años en Hungría, y yo iba mucho a Viena, que me quedaba a hora y media o dos en auto, para ir a ver, a oír ópera, teatro, librerías, y hacer otros paseos. Y siempre, desde hace muchísimos años, llegaba a un hotel donde tenían una placa con los nombres de Kafka y de su amigo Max Brod. Cuando llegaban, ahí se quedaban. Y yo me quedaba ahí también. Ahora, hace cuatro/cinco meses, la placa ya no estaba. Pregunté y me dijeron que el propietario la había quitado, porque no quería escoria en su negocio. ¡Qué nazi, no? A Kafka también lo sentí muchomucho en Praga.

PO/GD: Casi todos sus libros indican su año de nacimiento, 1933, y algunos agregan incluso su signo zodiacal, Piscis, pero no registran el día ni el mes…

SP: 18 de marzo, casicasi al final de Piscis, a las doce del día.

PO/GD: En Puebla, aunque uno pensaría que usted nació en Praga o en Viena…

SP: Nací en Puebla por una necesidad de mi madre: para buscar un doctor que la viera, y se adelantó el nacimiento. Entonces, cuando en los libros veo el dato de “Puebla”, lo rechazo porque yo, desde mi familia, desde mis bisabuelos, soy de Veracruz. Es cierto que Puebla es una belleza de ciudad, pero…

PO/GD: ¿Deberían comenzar sus libros a decir que nació en Veracruz?

SP: Sí, ¿verdad?

PO/GD: Si no le fuese muy nostálgico por el lado triste, ¿quisiera hablarnos de doña Catalina Buganza de Deméneghi?

SP: Mi abuela que fue mi madre. Mi hermano y yo quedamos huérfanos primero de mi padre y un poco después de mi madre, y a las dos semanas de la muerte de mi madre murió una hermanita. Entonces a mi abuela y a mi tío, hermano de mi madre, a ellos les debo todo. Estoy seguro de que si no tuviera yo esa abuela, no hubiese escrito. Empecé a leer, a ver las palabras, los libros, por ella, quien era una lectora de sol a sol.

PO/GD: ¿Es cierto que leyó Guerra y paz a los doce años!

SP: Fue una cosa de semanas y semanas, metido en las batallas y en los trineos. Cuando fui a Moscú, como agregado cultural, hice otra lectura y volvió a asombrarme. En los últimos años la he releído unas cuatro o cinco veces. Es como La montaña mágica o El Quijote.

PO/GD: Nos imaginamos que en la lista de quienes han recibido el Cervantes, se siente bien acompañado por Borges, ¿no es así?

SP: Bueno, a Borges no lo trataron bien… Creo que ha sido la única vez, o sólo hubo otra, que el premio fue compartido con un poeta menor, franquista. Borges tenía que haberlo recibido solo.

PO/GD: Hablando de poetas, ¿le sigue acelerando la sangre esa línea de Gorostiza que habla de soledades en llamas?

SP: Sí, claro. Mis poetas mexicanos son Carlos Pellicer, López Velarde y Gorostiza.

PO/GD: Los diarios de Bioy Casares, cuyo tema central es la visita perpetua de Borges a la hora de la cena, ¿qué le parecen (además de que pueden usarse como arma contundente)?

SP: Es un libro fantástico, que nos cuenta desde que ellos se conocieron hasta la última llamada de Ginebra. Casi todas las noches Borges cenaba en casa de Bioy, y después se leían cosas y se contaban chismes alegres de literatos.

PO/GD: ¿Qué noticias puede darnos de Vocación hindú: un diario de la India de J.R. Ackerley, de quien usted tradujo Vales tu peso en oro?

SP: Lo leí hace muchos años, en inglés. No es un libro importante, pero tiene muchas cosas graciosas.

PO/GD: Si nos vamos a Jaroslav Hasek, en el segundo párrafo del prólogo que usted escribió para Las aventuras del buen soldado Schveik durante la guerra mundial, se lee: “Los Schveiks son los más perfectos sepultureros de todos los imperios. Obcecados y a la vez despreocupados, son las termitas voraces, las tuzas implacables, las bombas de tiempo preparadas para acabar con cualquier sistema que se conciba como monolítico, riguroso y unívoco”. ¿Quedan todavía Schveiks en un mundo como éste?

SP: Ojalá. Debe de haberlos, aunque no se les vea muy seguido.

PO/GD: ¿Qué le gusta de Gombrowicz (a quien también ha traducido y prologado)?

SP: De las novelas, la que más me gusta es Cosmos. Los Diarios son estupendos.

PO/GD: ¿Cómo van los suyos?

SP: Este último año casi no los he seguido. Desde que me dieron el Cervantes fue un año terrible, porque tenía que ir a una cantidad de sedes del Instituto Cervantes en todo el mundo.

PO/GD: Un par de cuestiones finales, para no desgastarle más la voz pues mucho va a necesitarla en su conferencia de mañana. ¿Le sigue bastando pensar que alguien inventó la letra “a”, para reconciliarse con el mundo?

SP: Sí, yo creo que sí.

PO/GD: “Jamás me encarnizo en los reproches; alterno con cuidado la severidad con el ditirambo. En vez de ensañarme contra mis limitaciones he aprendido a contemplarlas con condescendencia y aun con cierta complicidad”, dice usted en El viaje. Lo menos que podemos hacer, es agradecerle el que nos haya hecho partícipes de esa complicidad.

SP: El viaje es un libro que escribí con un gusto total. Desde las nueve de la mañana, después de desayunar, me pasaba yo todo el día, a veces hasta las tres o cuatro de la madrugada, con El viaje, sacando cosas, quitando. Y le fue muy bien a El viaje, en España sobre todo.

PO/GD: Un diálogo con usted no puede concluir sin mencionar por lo menos una vez a Alfonso Reyes y “La cena”.

SP: Por mucho tiempo fui a su taller en El Colegio de México, y con algunos amigos lo visitábamos en su casa. Palabras más, palabras menos, lo dije en España cuando recibí el Premio Cervantes: en una época de ventanas cerradas, nos incitó a emprender todos los viajes. Lo que mi generación le debe es invaluable. Bajo la apariencia normal de “La cena”, hay un mundo demencial. Cada vez que lo releo, veo y siento que es ahí donde yo me encontré, que una de las raíces de mi narrativa viene de aquel cuento. Una buena parte de lo que he escrito, es un juego de variaciones sobre aquel relato.

PO/GD: En El mago de Viena, dice usted que Henry James “Al igual que Juliana, la protagonista de Los papeles de Aspern, debió de considerar que la vida de un escritor, como la de cualquier otra persona, era sagrada, y que lo único que debía suscitar el interés del público era la obra. De ahí su desprecio hacia los periodistas, en especial los autores de entrevistas”. ¿Ya empezó a detestarnos?

SP: Todavía no.