Para escribir este libro, Thomas Piketty se documentó envidiablemente y trabajó las series estadísticas sobre el ingreso con un rigor académico que de por sí ya lo vuelve un candidato al Nobel en los próximos años.

Además de la solidez metodológica, el autor hace énfasis en la literatura decimonónica, citando a Jane Austen y a Honoré de Balzac para contextualizar las inmensas desigualdades que se observaban en esa época.

Después de un Veranillo de San Martín (que abarcó buena parte del siglo XX a partir del shock de las Guerras Mundiales), la distribución mundial de la riqueza, tanto capital como ingreso, está llegando a los alarmantes niveles en los que se encontraba a finales del siglo XIX. En ese entonces, el 90% de los activos pertenecía al 10% de las personas. Si esta burbuja sigue creciendo, las consecuencias pueden ser nefastas.

Otros fenómenos como las estratosféricas remuneraciones a los dirigentes de las empresas, que difícilmente se justifican por su contribución marginal al proceso productivo, contribuyen al incremento de la brecha.

Pero quizás el principal problema, y la tesis central del libro, es que el rendimiento del capital (r) crece más rápido que la producción (g), lo que le da una masiva ventaja a quienes heredan patrimonios y no tienen que «empezar de cero». Entre otras consideraciones, Piketty sugiere un impuesto progresivo al capital y un elevado impuesto a la herencia para corregir estas imperfecciones.

En resumen, el trabajo de Piketty deja mucha tela que cortar y abre posibilidades para retomar el debate de la desigualdad y desmitificar que éste sea un problema de economistas, sociólogos e historiadores, pues es un problema que nos afecta a todos. A muchas personas puede que no les guste mucho este libro por una simple razón: dice la verdad y la verdad es incómoda. O inconveniente.