(Versión abreviada de la conferencia dictada durante el seminario anual de la AGIT -Asociación Guatemalteca de Intérpretes y Traductores- el viernes 29 de septiembre de 2007)

(Ver acá la parte II) Regresemos a SOPHOS como caso concreto. Paso a comentar algunos datos curiosos acerca de los libros que vendemos, para que, con las reservas del caso particular que es, nos demos otra idea de lo que se lee en Guatemala.Mensualmente, publicamos un listado de los 20 libros más vendidos del mes. En los últimos 3 meses casi 50 títulos han llegado a esa lista. He traido un ejemplar de cada uno para que lo puedan hojear.

mas vendidos

Acá verán los títulos que figuran entre los 20 más vendidos en por lo menos 2 de los últimos 3 meses.

De estos 12 títulos, 8 coinciden con libros que aparecen o han aparecido en listados similares alrededor del mundo. Los otros 4 libros abordan una temática local, nacional, de claro y esperado interés.

Nada sorprendente, entonces, en esta lista.

Sin embargo, es interesante notar que la venta de estos menos de 50 títulos, corresponde, a menos de un 10% de las ventas en dineros de nuestra librería, a menos del 9% de los ejemplares vendidos y a menos del 1% de los títulos vendidos en esos 3 meses en la librería.

De estos datos deducimos lo poco representativos que son estos “best-sellers”, en comparación con el enorme fondo que se pone a disposición del cliente. Me gusta creer que somos un poco responsables de esa enorme bibliodiversidad.

Me gustaría, si puedo abusar de su paciencia nuevamente, leerles unos parrafitos de este maravilloso libro que se titula LOS DEMASIADOS LIBROS, de Gabriel Zaid, para darnos una idea de porqué la pregunta ¿Qué lees, Guatemala? es, desde el principio, compleja.

De casi todos los libros se venden miles de ejemplares: no decenas ni centenas de miles, menos aún millones. Se dice que es lamentable. Sin pensar.
Una película requiere cientos de miles de espectadores para justificar la inversión. Y ¿qué sucede con las películas que no pueden interesar a públicos de ese tamaño? Que no se producen. Por eso, el número de películas producidas en el mundo no es ni el 1% de los títulos publicados. Si producir y distribuir un libro costara tanto como una película (llega a suceder: con las enciclopedias o libros por fascículos), haría falta un (público de cientos de miles: un público cinematográfico. Y ¿qué sucedería con el 99% de los libros, que jamás venderán cientos de miles de ejemplares? Que no se editarían.
Los libros son tan baratos que pueden publicarse sin anuncios, para unos cuantos miles de interesados, a diferencia de la prensa, la radio y la televisión. Basta reunir 1.000 lectores dispuestos a pagar unos cuantos días de salario mínimo, para financiar casi cualquier libro. Naturalmente, si se reunieran 30.000, sería posible bajar el precio, digamos, a la mitad. Pero no es fácil reunirlos. No porque ese precio menor sea alto todavía para 30.000 lectores, sino por algo que preferimos ignorar: la mayor parte de los títulos que se publican no les interesan a 30.000 personas ni regalados.
Hay una tradición llorona de la gente de libros (autores y lectores, editores y libreros, bibliotecarios y maestros). Una tendencia a quejarse hasta del buen tiempo. Esto hace ver como desgracia lo que es una bendición: la economía del libro, a diferencia de la economía del diario, el cine, la televisión, es viable en pequeña escala. El umbral económico, los requisitos mínimos para entrar al mercado, son muy bajos en el caso del libro, lo cual favorece la proliferación de títulos y editoriales, la multitud de iniciativas diversas y dispersas, la riqueza cultural. Si el umbral de viabilidad fuera tan alto como en los medios masivos, la diversidad se reduciría, como en esos medios.
La complejidad del asunto radica en el hecho de que si cada uno de los digamos 200 mil lectores que hay en Guatemala hiciera una lista de sus 20 libros potencialmente favoritos, encontraríamos exactamente tantas listas distintas como lectores hay. Esa complejidad del mundo del libro es también su bendición y su maravilla.

Y puesto que ninguna lista es mejor que otra, porque cada una es absolutamente personal y subjetiva, me gustaría compartirles una “mi lista” como decimos. La de mis recientes lecturas (ver entradas anteriores de este blog).

«Como una novela», de Pennac, no está en esta lista, pero es sin duda uno de mis libros favoritos y quiero terminar con su paciencia esta mañana con una brevísima (en serio) lectura de él.

Antes, los dejo con unas preguntas que, espero, preparen esta lectura.

Queremos que Guatemala lea más. O queremos, simplemente, que Guatemala lea ¿Cómo hacer para que lea? ¿Cómo hacer para que lea más?
Aunque ninguno de los presentes pertenece hoy al aquel grupo de niños, jóvenes y adultos, analfabetas y no-lectores al que me refería al inicio, todos vivimos rodeados de no-lectores cercanos. Familiares, parejas, hijos, amigos, que saben leer, pero que no leen. Nos preguntamos ¿porqué no leen? ¿Cómo se forma un lector? ¿En dónde se adquiere el hábito de la lectura? ¿Qué hacer?

De Como una novela, de Daniel Pennac (Anagrama, 1993), capítulo 4:

En suma, le enseñamos todo acerca del libro cuando no sabía leer. Le abrimos a la infinita diversidad de las cosas imaginarias, le iniciamos en las alegrías del viaje vertical, le dotamos de la ubicuidad, liberado de Cronos, sumido en la soledad fabulosamente poblada del lector… Las historias que le leíamos estaban llenas de hermanos, de hermanas, de parientes, de dobles ideales, escuadrillas de ángeles de la guarda, cohortes de amigos tutelares encargados de sus penas, pero que, luchando contra sus propios ogros, encontraban también ellos refugio en los latidos inquietos de su corazón. Se había convertido en su ángel recíproco: un lector. Sin él, su mundo no existía. Sin ellos, él permanecía atrapado en el espesor del propio. Así descubrió la paradójica virtud de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para encontrarle un sentido.
De esos viajes, volvía mudo. Era la mañana y había otras cosas que hacer. A decir verdad, no intentábamos saber lo que había obtenido allí. Él, inocentemente, cultivaba este misterio. Era, como se dice, su universo. Sus relaciones privadas con Blancanieves o con cualquiera de los siete enanitos pertenecían al orden de la intimidad, que obliga al secreto. ¡Gran placer del lector, este silencio de después de la lectura!
Sí, le enseñamos todo acerca del libro. Abrimos formidablemente su apetito de lector. ¡Hasta el punto, acordaos, hasta el punto de que tenía prisa por aprender a leer!

Fin de la tercera y última parte