«Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».

Hannah Arendt fue una reconocida filósofa judío-alemana, quien fue la enviada especial del «The New Yorker» para cubrir el juicio y sentencia de Adolf Eichmann. El libro nos presenta, con una prosa atrapante, una figura que a los ojos del mundo es monstruosa: un nazi conocido por su papel en el diseño de lo que se llamó «la solución final», siendo juzgado por sus crímenes contra los judíos en Jerusalén, que en ese momento, surgia como un nuevo Estado reconocido por las naciones del mundo.

Sin embargo, Arendt, nos propone una alternativa interesante sobre el mal y cómo funciona. Se nos presenta, en palabras de la autora: un Eichmann burocrático, normal, altamente efectivo y que, sorprendentemente, no tenía un odio infinito por la etnia judía; sino más bien, era un hombre que desea escalar en la jerarquía del partido Nazi y cuya ideología, aprendida o implantada, había calado tanto en él, que no lograba ver más allá que las “posibles soluciones para el problema judío”. El origen de la banalidad del mal, que encierra en sí mismo la idea más simple: «la grandeza y el deseo de transcender» puede hacer que un ser humano común y corriente, que nunca en su vida ha pensado en matar, puede cometer los crímenes más atroces e incluso a segundos de su muerte, seguir convencido que su causa fue virtuosa.

Un relato que cuestiona a las autoridades judías por entregar a sus comunidades, la legalidad del juicio de Eichmann e incluso el origen del antisematismo. Una lectura que nos ayuda a comprender, incluso 60 años después, la huella que dejó el nazismo en el mundo.