SOPHOS, MIS LIBROS Y MIS SEPARADORES: Breve historia de una fidelidad.

Aún tengo presente aquel medio día de enero de 1999, cuando caminando despreocupadamente por la acera de catorce calle de la zona diez, algo llamó poderosamente mi atención. Al fondo de un pequeño centro comercial había un local con libros. Quiero decirles que tengo un sexto sentido, podría ser, o un ojo clínico dirían algunos, para detectar esos objetos que me proporcionan tanto placer. Confieso que he sido lector y comprador de libros desde siempre. Mis primeros ingresos como trabajador formal los invertí en libros. He buceado por librerías de viejo del centro de la ciudad y cuando viajo, por la razón que sea, las librerías ocupan un espacio muy importante en mi agenda. Por ello, el detectar en un local, al fondo de ese patio con corredores coloniales, algunas estanterías, con unos (en ese momento) pocos libros, ejerció un poder de atracción tal que me dirigí inmediatamente hasta ese lugar. Lo que el lector espera encontrar al llegar a una librería, son las estanterías llenas de llamativas portadas y lomos decorados de los numerosos ejemplares que se ofrecen. Esa sensación de exuberancia que tienen espacios como La Gandhi, El Péndulo o el Sótano en México, El Ateneo de Buenos Aires y La Casa del Libro o la Fnac en Madrid, por ejemplo, hacen que uno pierda la noción del tiempo, espacio y de las posibilidades de la billetera, para dejarse llevar por ese arrebato de entusiasmo que provocan esos lugares.

Al entrar, esperaba tener esa misma sensación, aunque sabía de antemano que en la Guatemala de aquellos años, eran muy pocas las librerías que podían ofrecer ese paisaje de letras. Lo que encontré, he de confesarlo, no sin pena ahora que ha pasado tanto tiempo, me desilusionó un poco. Un golpe de vista poco afortunado. Muchas estanterías, pocos libros y espacios vacíos. Al fondo, oficiando de anfitriona y con una sonrisa que invitaba más que a comprar, a creer en el sueño, se encontraba Marilyn Pennington, alma y motor de ese sueño. Recorrí un poco los pasillos que formaban las estanterías, husmeé algunos títulos y pensé para mis adentros “Ojalá le vaya bien pero como son las cosas en Guatemala, a saber”, nos saludamos cortésmente y me retiré.

Reconozco para dicha de todos y mía también, que me equivoqué rotundamente y que lo que en un primer momento fue una sensación sin mucha esperanza, resultó siendo una relación llevada por veinte años con la fidelidad de un matrimonio de los de antes. Esta es la historia de mis libros, mis lecturas, SOPHOS y algo muy curioso, los separadores de libros con que SOPHOS nos obsequia con cada compra.

Una dama vestida de rojo, con flores blancas y calzando botas, acompañó el primer libro que adquirí en SOPHOS.  Sí, leyeron bien, una dama. Esta dama que a su vez sostenía un libro en actitud lectora, es el primer separador que me obsequiaron al comprar El Péndulo de Foucault de Umberto Eco. Poco después “La vida está en otra parte” de Milan Kundera, vino acompañado de un elegante lector, que nos invitaba a apreciar los libros con un proverbio hindú: “Un libro es una mente que habla, cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.

SOPHOS nos recordaba, en otro de sus separadores, el que venía junto a “Experiencia” de Martin Amis , que sus escritores: Maurice Echeverría, Marco Antonio Flores, Ronald Flores, Eduardo Halfon, Carmen Matute, Luz Méndez de la Vega, Adolfo Méndez Vides, Francisco Morales Santos, Carlos Navarrete, Javier Payeras, Rodrigo Rey Rosa, entre otros, suelen estar en las mesas de libros o del café, en aquel patio que todos recordamos. Al mismo tiempo, en el reverso del separador Marcelino Menéndez y Pelayo se lamentaba de “Morirse cuando queda tanto por leer.”

A medida que fue transcurriendo el tiempo y que SOPHOS ya no era más desde hacía mucho aquel espacio con vacíos, si no que se había convertido en nuestra segunda casa y lo mejor de esa casa: estaba llena de libros; admirábamos el esfuerzo de Marilyn acompañada ya de Philippe y el crecimiento de la que se había convertido en una institución. El separador que encontré al hojear “Los años con Laura Díaz” de Carlos Fuentes” que acababa de adquirir, nos indicaba que SOPHOS en aquel momento, estaba presente en la Reforma, en 4º Norte, en la Universidad Del Valle y en el Centro Universitario Metropolitano CUM ¡Vaya esfuerzo aquel! Y José de Vasconcelos expresaba en ese separador plagado de estrellas su amor a los libros diciéndonos “Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía”

La posibilidad de servir a Guatemala en el exterior, representándola, hizo que me separara por un tiempo de mi país y de las cosas que más quiero de él, entre ellas SOPHOS. Siempre aproveché cada viaje corto que realice a Guatemala, para visitar la librería y cerciorarme que Marilyn, Philippe y esta casa aún se encontraban ahí.

Me enteré por el separador que venía en el libro Guatemala, ceremonias y fiestas populares de Celso Lara y Ricardo Mata, que un amigo me llevó a obsequiar al país en donde me encontraba, que SOPHOS estaba a punto de mudanza: “Es tiempo de partir, hace diez años, SOPHOS abrió sus puertas y gracias a amigos como ustedes, hemos crecido al punto que necesitamos mudarnos. Con una pizca de nostalgia, como es natural, pero con muchísimo entusiasmo por todo lo que podemos hacer juntos, les anunciamos nuestro primer viaje a un nuevo local. A partir de octubre de 2008 SOPHOS abre sus puertas en Plaza Fontabella” ¿Qué era eso? SOPHOS se cambia. Me imaginaba lo que por la mente de sus impulsores estaba pasando en ese momento ¿incertidumbre?, ¿angustia por el reto? ¿convicción y esperanza?

Después de más de cuatro años fuera del país, la vuelta a Guatemala y el reencuentro con mis quereres. La primera visita, luego de la obligada a la familia fue SOPHOS y, por supuesto, adquirir alguna novedad. ¡Qué hermoso reencuentro! Me quedé embelesado al ver el precioso espacio con el que la librería me recibía. Una moderna y bella propuesta, una magnifica escenificación del libro. “El lector es un prisionero al cual es muy difícil impedir la evasión.” ¡Qué verdad había en esas palabras de Vernon plasmadas en el separador que venía acompañando a La historia no ha terminado de Claudio Magris, mi primera compra después de algunos años! Yo ya no me podía evadir, de eso estaba seguro.

Desde ese momento no he dejado de ir una sola semana, a este, que considero mi refugio. Hojeo, releo, toco, huelo, compro, me tomo un chocolate maya frÍo, converso, escucho, ejerzo el decálogo de los derechos imprescindibles del lector, consignados, cual código legal en los infaltables separadores de SOPHOS y reflexiono sobre lo que creo es la esencia de este maravilloso lugar y que está escrito en uno de los últimos separadores, el que venía con Las Murallas de mi paisano Adolfo Méndez Vides: “Talento. Sabemos lo importantes que son la habilidad, la creatividad, la sensibilidad y el conocimiento, no solo en la literatura y las artes, sino en todo quehacer humano. Estamos al servicio del genio y del talento. SOPHOS para siempre será aventura e imaginación. Subsistimos, florecemos incluso, siempre gracias a…, nunca a costa de…  Este también es un talento.

¡Gracias SOPHOS por darnos tanto!