Los meses previos a abrir SOPHOS

Ese año cumpliría 51 años. Había decidido dejar el trabajo que tenía como Gerente Administrativo en la empresa de mi hermano. Di el aviso en el mes de marzo para trabajar hasta agosto.

Empecé a reflexionar sobre lo que quería hacer en esta nueva etapa. Sabía que a mi edad no sería fácil encontrar trabajo asalariado. Por otro lado, yo ya había tenido mi propio negocio y, aunque conocía de sobra la debilidad de este tipo de emprendimientos (la inestabilidad de los ingresos), a esa altura de mi vida, mis hijos ya eran autónomos, uno estaba casado, el segundo se casó ese año y la hija ya estaba trabajando.

Y empecé a pensar seriamente en la posibilidad de intentar hacer realidad un sueño muy lejano: poner una librería como la que a mí me hubiera gustado visitar como lectora asidua que siempre había sido. Una librería en la que se pudieran hojear los libros, una librería que estuviera abierta hasta tarde para poder ir al salir del trabajo, que estuviera abierta sábados y domingos,  que tuviera un pequeño café para poder revisar los libros antes de decidir la compra y conversar con amigos o lectores sobre lecturas.

Ya para cuando dejé mi antiguo trabajo, la decisión estaba tomada. Pondría una pequeña librería con un cafecito.

Antes de buscar proveedores de libros, pensé en buscar a un asesor de compras ya que yo era una lectora asidua, pero quería tener a alguien mucho más conocedor de libros que yo, que me asesorara en mi selección. Por esta razón fui a visitar a don Francisco Pérez de Antón en la revista Crónica para pedirle esa asesoría. Desafortunadamente, don Francisco me dijo que no creía que su selección de libros fuera una buena idea para una librería comercial, dado que sus gustos en lecturas eran bastante especializados. Me propuso, sin embargo, enviarme cada semana, el suplemento cultural Babelia de El País, en el que se reseñaban las novedades tanto literarias como de ensayos que se publicaban en España. Y así lo hizo, lo que me permitió incluir en los primeros pedidos aquellos libros recién editados que consideraba podrían ser de interés para el público guatemalteco.

Dediqué el mes de septiembre a buscar proveedores de libros: visité la Oficina Comercial de la Embajada de España: me dieron nombres de distribuidores de libros en España. Me puse en contacto con Celesa (Centro de Exportación de Libros Españoles). Esto era anterior a internet, pero, por otro lado, era la época en que el correo sí funcionaba. Así que recibí de Celesa unos 25 catálogos de libros. De lo encontrado en estos catálogos hice la selección del primer pedido de libros que vino por vía aérea.

Por otro lado, visité la Sección Comercial de la Embajada de EEUU y también me dieron nombres de distribuidores de libros en EEUU. Me puse en contacto con Baker & Taylor y a ellos también les hice un primer pedido que vino, aquí también, por vía aérea.

El 14 de octubre suscribimos la escritura de constitución de SOPHOS, S. A. El nombre fue objeto de largos días de pensar y pensar sobre los posibles nombres. Finalmente surgió SOPHOS, del griego conocimiento, sabiduría, sabio y pareció el nombre perfecto para una librería.

 

Y, ese mismo mes, empecé la búsqueda del local ideal. Yo tenía en mente alquilar una casa en la Zona 10 y al ver un anuncio de una casa en la 3ª avenida entre 10ª y 11 calle, hice una cita con la agencia inmobiliaria que la ofrecía. La persona que me la enseñó me dijo que antes de ir a ver esta casa, quería enseñarme un local sobre la Reforma. Este local era mucho más caro de lo que yo tenía presupuestado para el alquiler por lo que le dije que no perdiéramos el tiempo y fuéramos directamente a la casa de la 3ª avenida. Pero ella insistió y fuimos a ver el local de la Avenida Reforma y 14 calle, frente al Camino Real.

Desde que llegué al lugar me encantó, con ese patiecito central (que en ese momento no estaba muy bonito) al que yo le veía tantas posibilidades.  Ella me sugirió que le ofreciera a la propietaria lo que yo podía pagar de renta. Total, lo peor que podía pasar es que me dijera que no.

Por supuesto que, después de ver ese local, ya la casa no me gustó. Y así, le ofrecí a la propietaria lo que tenía presupuestado para renta y ella aceptó porque le encantó la idea de que hubiera una librería en su localito. Además, le pedí que, en el alquiler del local se incluyera el alquiler del patiecito para el café,  lo que también aceptó.

Los otros locales estaban ocupados por la Joyería La Perla en la esquina y la tienda de ropa tejida cuyo nombre no puedo recordar sobre la 14 calle. En el centro había un local de muebles antiguos y un pequeñísimo local de cosas típicas. El local del fondo (el más grande del centrito comercial) era el que albergaría a SOPHOS durante los siguientes 10 años.

 

Para el diseño de la librería hablé con 2 ó 3 arquitectos (me acuerdo de 2 pero creo que había un tercero del que no recuerdo mucho). Me gustó mucho la propuesta del hermano de una compañera de colegio de Désirée. El no ejecutaba la obra, pero  me puso en contacto con un ejecutor y debíamos empezar la remodelación el 29 de octubre, día del Mitch, por lo que no llegó ningún trabajador y así se atrasó el inicio de los trabajos hasta el lunes 2 de noviembre.

Era un diseño sencillo: había que hacer 2 baños, la cocina para el café, una mini-oficina. Se hicieron un par de pequeñas divisiones de tabla yeso para poner la caja en una de ellas y para poner un par de silloncitos que dieran privacidad en otra parte. Al fondo se diseñó el área infantil con una pequeña rampa a lo largo de las 2 paredes del fondo (el área de niños era un triángulo).

Las libreras se diseñaron y se mandaron a hacer. Una amiga muy querida me prestó un par de silloncitos que se pusieron tras la división de tabla yeso.

En una tienda de muebles de hierro forjado, que estaba en Plaza Decorísima, compramos 3 mesas redondas con 3 sillas cada una, que se pusieron detrás de la caja y eran las únicas mesas del café adentro de la librería.

Para amueblar el patiecito, compramos unos muebles plásticos franceses que también vendían en Plaza Decorísima. Creo que eran 12 mesas rectangulares con 4 sillas cada una.  Creo que compramos unas 6 sombrillas para el área descubierta del patio que hasta más adelante se techó.

El proceso de inscripción en las diferentes oficinas del estado fue haciéndose en las siguientes fechas: La inscripción provisional en el Registro Mercantil se hizo el 4 de noviembre, la definitiva el 9 de diciembre. La inscripción en la SAT fue hecha el 1 de diciembre. La patente de sociedad tiene fecha 9 de diciembre y la de empresa tiene fecha 14 de diciembre.

A finales de noviembre llegaron los embarques de libros. Todo el segundo piso de mi casa estaba lleno de cajas de libros y recuerdo haber pensado que era un buen número de libros para empezar. Una vez colocados en las libreras, resultó ser muy poquito.

Con la computadora en el piso (era más cómodo sacar los libros de las cajas que estaban en el piso, ingresarlos al sistema de cómputo y volverlos a guardar en las cajas), una gatita (Micifuz) que Désirée me acababa de regalar, montada en mi hombro, cual lorito, yo ingresaba los libros al sistema, hojeando y admirando las portadas de cada ejemplar. Esta tarea fue larga pero emocionante, era como una permanente Navidad, estar abriendo cajas y cajas de libros.

No recuerdo el nombre del proveedor del sistema de cómputo con el que empezamos. Era un sistema general para cualquier tipo de negocio al detalle. No estaba diseñado para una librería, con lo que no era muy eficiente.

Los pocos trabajos de remodelación del local (ponerle piso porque el inquilino anterior lo tenía con alfombra), tomó mucho más tiempo del que esperábamos, por lo que la apertura que esperábamos hacer la primera semana de diciembre, se demoró hasta el jueves 16 de diciembre.

La cocina del café había sido diseñada únicamente para calentar sopas y preparar sándwiches. Puesto que la cocina quedaba dentro de la librería, no quería que hubiera mucho olor a comida. Por esta razón las sopas, el pollo, todo lo que requiriera cocción se preparaba en mi casa, y en SOPHOS solo se calentaba.

Tampoco teníamos un menú muy extenso como el de hoy, solo había croissants, sandwiches, sopas y pasteles. Por supuesto, buen café, refrescos, cerveza y vino.

Poco a poco, a lo largo de los años, todo esto ha ido cambiando. Digo, todo esto, salvo quizás, el espíritu original de lo que queríamos hacer. Ofrecer al lector sensible e inteligente un espacio en el que pueda descubrir y sentirse como en casa.

Mucho más tarde nos enteramos que a un espacio así, se le llama un tercer lugar.