Fragmento de entrevista por JL Perdomo Orellana

Las siguientes son las palabras de JL Perdomo Orellana para Roberto / su familia y sus amigos, cuando de manos de José Toledo recibió la Orden Mario Monteforte Toledo, el martes 13 de agosto de 2013, en el Instituto de Cultura Von Humboldt del Club Alemán de Guatemala. Las publicamos en ocasión de su reciente y lamentable fallecimiento.

Con cada palabra y en cada respiración, Roberto Díaz Castillo va orquestando hologramas refulgentes, meditados, y ya sólo por esto, de entrada, el mundo civilizado está en deuda permanente con él. En la esencia única del agradecimiento Roberto añora a Graciela, la madre, quien lo inició en los avatares de la política y cuya solidaridad le hizo compañía siempre, cuando la política y la solidaridad eran íntegras. En la insondable esencia de la alquimia, Roberto añora al padre, químico de profesión, alquimista y regente de una farmacia alemana en Cobán, en lo más alto de las Verapaces.

En la perspectiva de la Orden Monteforte Toledo, lo siguiente que debe decirse de inmediato es que, con su florete húngaro, Roberto Díaz Castillo solía imitar el sable del Maestro de maestros Mario Monteforte Toledo, vencedor en las Olimpiadas Centroamericanas y del Caribe. Décadas atrás, en abril de 1920, José León Castillo, su abuelo materno, maestro de escuela, hombre de letras, político, viajero obligado por un exilio de 22 años, a su regreso a los saldos de la patria guatemalteca fue saludado con estas palabras por el periódico El Unionista: “Mañana arribará a las playas de su patria el Ciudadano don José León Castillo, después de 22 años de ostracismo, durante los cuales ha viajado mucho, aprendido mucho y sufrido mucho. Es el señor Castillo un hombre de limpios antecedentes, patriota verdadero y un gran carácter que nunca claudicó aun en medio de las mayores penalidades. Sea bienvenido al seno de su patria y reciba el señor Castillo el fraternal abrazo de los unionistas”. De tal abuelo, tal nieto.

En el centenario del nacimiento de los compañeros Jacobo Arbenz Guzmán y Manuel Galich, que se cumple este año, el historiador español Jesús García Añoveros continúa recordándonos desde un añejo texto que “en sesión que tuviera el Congreso de la Asociación de Estudiantes Universitarios la noche del pasado 11 de septiembre de 1953, quedaron electos los miembros de la nueva Junta Directiva y Ejecutiva de la AEU… las elecciones dieron el resultado siguiente: Presidente, (bachiller) Roberto Díaz Castillo, delegado de la Asociación ‘El Derecho’” (sigue una lista con los demás nombres y cargos) Más adelante, García Añoveros nos pone en guardia al rememorar que “El presidente de la AEU, (Br.) Roberto Díaz Castillo, dio cuenta por escrito a los miembros de la Junta Directiva y Ejecutiva de la AEU de las palabras que en esos días pronunció por la emisora TGW, la “Voz de Guatemala”: hizo el recordatorio de que la AEU se pronunció últimamente dos veces acerca de los acontecimientos que preocupan a la nación con el célebre pronunciamiento del 7 de junio de 1954 y la carta enviada a los estudiantes de América y del mundo pidiendo se solidarizaran con Guatemala…” El bachiller Díaz Castillo, presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios, dijo en aquella terrible hora, cuando los espurios de siempre, hijastros de Robert Mugabe quien lleva 30 años en la presidencia de Zimbabue y ayer se reeligió, a la vez que orientaba a la población en el sentido de que “El que no esté contento con las elecciones puede ahorcarse”… pues a los Mugabes de aquel entonces, el verbo certero del bachiller Roberto Díaz Castillo les indicó en aquella otra aciaga hora guatemalteca: “en la hora actual, cuando todas aquellas amenazas se han hecho efectivas, con igual fe en los postulados de la democracia y en los más elementales principios del derecho internacional, la AEU ha condenado la agresión armada… hoy más que nunca se hace necesario que los estudiantes universitarios manifiesten su indignación”. Para concluir, el historiador Jesús García Añoveros termina de alebrestarnos el recuerdo cuando nos indica que, ya asilado en la Embajada de Chile, “En una carta dirigida al Vicepresidente de la junta directiva y ejecutiva de la AEU, con fecha 14 de julio del 54, (el bachiller) Roberto Díaz Castillo se expresa en estos términos: “Me imagino que a estas alturas ya te habrán enterado de la postura de la AEU en los días que aún era posible luchar honestamente en defensa de la libertad y de la democracia. Te aseguro que todo cuanto se hizo estuvo ajustado a las exigencias y al patriotismo que siempre fue nuestra mejor norma de conducta. Lo que entonces se hacía con Guatemala nos obligaba como estudiantes y como hombres a actuar en forma enérgica y decidida. Sin embargo, la cobardía de los estudiantes guatemaltecos ha querido empañar una de las páginas más limpias de la historia de la AEU. Por otra parte, tú sabes de mis actividades a favor de una causa que sigo considerando justa, durante mi militancia en el Frente Universitario Democrático…” “De estos documentos –concluye el historiador español— destacamos la afirmación acerca de la cobardía del estudiante guatemalteco que empañó una de las páginas más limpias de la historia de la AEU y el deseo que guió a la AEU en sus actuaciones de defender el orden constitucional democrático de Guatemala nacido en la revolución de Octubre…

Por la coyuntura geográfica alemana donde estamos en este momento, a continuación debe decirse de inmediato que Roberto Díaz Castillo sigue encontrando seducciones en las orquestaciones milagrosas de Goethe escribiendo o de Beethoven a solas o de Von Karajan ante la Filarmónica de Berlín, caudal sonoro, cima del éxtasis, eclosión de los sentidos, según las propias palabras de Roberto. Lector de libros memorables, desde su primera juventud a Roberto le hacen compañía autores como Darío, Azorín, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Pedro Salinas, García Lorca, Miguel Hernández, León Felipe, Luis Cernuda, Neruda, Cardoza y Aragón, Gómez Carrillo, José Rodríguez Cerna, Malraux. Ineludible, también, releer su texto acerca de José Luis Cuevas –porque en su remembranza coinciden tanto él como José Toledo y porque en su museo Pepo Toledo realizó una de las primeras grandes exposiciones de sus Esculturas Peligrosas—: “Narciso irreverente lo llamó Luis Cardoza y Aragón. Sepulturero del mexicanismo convencional y descubridor del México profundo, dijo de él Alaide Foppa. Su mundo, el de Goya y Orozco. El de Kafka y Quevedo. La sociedad, espejo de este Narciso. Pintor en autopsia constante. Estoy con él, en Managua, frente a sus lienzos” dijo Díaz Castillo del maestro mexicano José Luis Cuevas.

Hasta allí uno de los fragmentos vitales de los trece años de Roberto Díaz Castillo en Nicaragua, quien tampoco le tiene miedo al número trece, ni porque hoy es martes ni porque es el año 2013, y quien como fecundo director de la Editorial Nueva Nicaragua publicó a Martí, Mariátegui, Reyes, Cardoza y Aragón, Gallegos, Guillén, Henríquez Ureña, García Márquez, Cortázar, Galeano, Brecht, Rilke, Baudelaire, Kafka, Mann, Pirandello, Azorín, Dostoievski, Wilde. Roberto Díaz Castillo cree en el desarrollo del materialismo, desde Demócrito y Epicuro, en Heráclito y su río. Y si es cierto que Rubén Darío dejó escrito “El poeta pregunta por Estela”, aún más cierto es que Roberto Díaz Castillo no sólo pregunta por Estela, sino que pregunta por Estela a toda hora, ¿verdad, Estelita? Si creyera en la reencarnación, Roberto Díaz Castillo diría que su vida anterior discurrió en Cuba. “Suceso histórico de trascendencia sin par” le dice a la Revolución Cubana. Casa de las Américas, su premio anual, su revista Casa, el Instituto Cubano del Libro, son sus amores cubanos. Este irrenunciable amor a la isla indómita se resume en palabras que Roberto sigue repitiendo: “Corazón cubano, corazón humano, corazón martiano”. (Por eso es que hoy, aquí, especialmente para esta ocasión, nos acompaña, recién llegado de La Habana, el joven compañero martiano Randy Saborit Mora, corresponsal de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina. Así como también está aquí, especialmente para este momento, el maestro de maestro Carlos Humberto López Barrios, Orden Mario Monteforte Toledo y Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, quien desde el Distrito Federal mexicano nos envía seis líneas que dicen “Saludo la Orden Mario Monteforte Toledo otorgada a Roberto Díaz Castillo, por ser él un hombre que se ha dedicado a ensanchar los caminos del arte por medio de la edición, de la historia y de la literatura. Su bagaje humanístico ha abierto la puerta del conocimiento de generaciones de estudiantes. Su ejemplar trayectoria política que le ha costado exilios, sus afanes culturales y su permanente curiosidad por el conocimiento lo convierten en un referente imprescindible del quehacer intelectual guatemalteco”). En la voz de 200 generales, ciudadanos de la República Popular China, La Internacional ciertamente le provocó estremecimientos a Roberto. La obra de Proust también le genera el “supersticioso amor por las palabras”. Viajar en avión le disgusta, pues en cada asiento ve una silla eléctrica. Al otro extremo del riesgo de quedar electrocutado… echa de menos los muelles, las sirenas de los barcos que se acercan, el tren que lo llevaba a Amatitlán, legendarios medios de transporte que no provocan jet lag y en los cuales nadie suda paranoias ajenas. A la par del creador Edvard Munch, su maestro noruego, Roberto Díaz Castillo nos advierte que los pintores deben olvidarse de las mujeres que tejen y de los hombres que leen, para ocuparse de las mujeres y de los hombres que respiran y sienten. A la par del iconoclasta estadounidense H.L Mencken, Roberto Díaz Castillo coincide con Mencken y con nosotros en que: “Todo hombre decente se avergüenza del gobierno que lo rige” porque “La democracia es el arte y la ciencia de dirigir un circo desde la jaula de los monos”. Solamente él, en este momento del mundo, no está en las narcisas vitrinas prostibularias de feisbuk, no recibe ni envía e-mails pues nunca ha tenido la menor intención de tramitar una dirección desde la nada para la nada en la nada. Solamente él, en este momento del mundo, tiene una colección de luces y la capacidad de escribir a mano, a la antigüita, porque las computadoras no le sirven ni como máquina para escribir, por ejemplo, “azalea, licasta, sobralia, catleya, tigrillos cuyos pecosos pétalos se antojan ajenos a la botánica, agapanto, fresia, magnolia, aves del paraíso, limonero traslúcido, fucsias pontificales, orquídeas tuteladas por el musgo”. Roberto Díaz Castillo, con Engels, cree en el movimiento y evolución de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento, y en que todo se transforma sin cesar. Su revista Lanzas y letras, por poquito se llama Armas y letras. ¡Huy! Solitarios conciertos colman su vida. Aunque para la Real Academia no lo sean: sinónimos son para él Sosiego, Soledad, Sombra Infalible. Le gustan los violines de pueblo, las bandurrias, guitarras, arpas y marimbas de pueblo… instrumentos a los que quiere, precisamente, porque no tienen la menor pretensión de ser perfectos. Roberto Díaz Castillo cree que en todas las cosas se enfrentan fuerzas contrarias y que su lucha engendra el cambio. Solamente de él y de algunos de sus amigos fueron los empeños, las adversidades, las mil empresas culturales, las persecuciones políticas, las revistas legendarias desde su primer número, el desafío al estado de cosas y el poder establecido que siguen siendo anacrónicos e injustos. Solamente de él y de algunos de sus amigos son consignas como “Cruzar el pantano y no mancharse”. “Que no haya olvido, pero si llega a haberlo que esté hecho de recuerdos”. Solamente él ha tenido la minuciosa lucidez reconcentrada de inventariar que en la literatura abundan los elogios a los cabellos, ojos, boca, senos y piernas de la mujer, ¡pero son escasos los elogios a sus hombros! A él también le consta que el Barca es una obra de arte en movimiento. Estudiante brillante y profesor brillante, hay universidades heroicas en Chile, América Central y México donde en relación con él no saben de olvido.

A la manera de Alfonso Reyes y José Vasconcelos, cuando se habla de Roberto se habla de un humanista de tiempo completo. Es el único ser humano que, en este momento del mundo, sigue teniendo la capacidad de preguntarle a un granado: “¿por qué hay una sola granada en tu espesura?” Roberto Díaz Castillo cree que todo influye en todo. En este momento de este mundo cada día más tirado a la orfandad, Roberto es uno de los pocos padres que tiene la capacidad de dar esta indicación a uno de sus hijos: “Camilo: ayuda a que sea cierto el sueño del poeta, que florezca la nueva primavera y reparte con él las flores, el aroma, los frutos, el aire de mañana”. En el cementerio de Highgate, en Londres, en duros días de exilio, se tomó una fotografía junto a la cabeza de Marx perennizada en piedra, sin haber perdido ni ahí ni después la esperanza, la fe, los sueños, pues le consta que el agua huele a vida. En las páginas 116, 704 y 753 de El río. Novelas de caballería, Cardoza dice de Roberto: “Me sentí como en la naciente ciudad en donde Bernal Díaz del Castillo, tatarabuelo de Roberto, escribía uno de los libros más sorprendentes de nuestra lengua.” “A fines de 1976 –continúa Cardoza–, en Alero, revista de la Universidad de San Carlos de Guatemala, editada por el sociólogo Roberto Díaz Castillo, queda testimonio de mi ánimo en cartas cruzadas en 1952 con Juan Rejano.” “…Y me vienen nombres de estudiosos (concluye Cardoza, para empezar): Roberto Díaz Castillo, de talento ardiente y melancólico”. Roberto, por su parte, le dijo a Cardoza que se parecía al río Pensativo. “Inclaudicable generación enamorada de la letra impresa” le dijo a su generación. “Caudaloso río que viene de Góngora” dijo de la alta poesía del Maestro Carlos Illescas, “intrincada urdimbre del verso pulido a cincel. Palabra en volutas”. “Orfebre de la palabra, humanista de linaje florentino”, le dijo al Dr. Carlos Martínez Durán, el magnífico rector sancarlista que incluso hablaba y escribía en griego. “Arquitecto maya moderno con yelmo de piedra, enigmático” le dijo al pintor, escultor, arquitecto y “compañerito” Efraín Recinos. “Arquitectura que crece y crece sin agotarse. Poema infinito al que, como a los versos del romancero, es dable sumarle uno más”, dijo de Amerigo Giracca. “Hidalgo imbatible” dijo de Augusto Cazali Ávila. “Enciclopédico, filósofo, geógrafo, botánico, ecologista, enamorado de la astronomía” le dijo a Mario Payeras.

Alto poeta castellano de palabra labrada”, le dijo a Luis López Álvarez. “Auténtico, diferenciado, diferenciable, haz de luz”, le dijo a Arturo Martínez. “Seductor de multitudes, voz de trueno, rotundo poeta, tan rotundo como soldado de su causa”, dijo de Vladimir Maiakovski. Solamente él, Roberto Díaz Castillo, es capaz de preguntarse en este momento del mundo en que Guatemala es lo de menos: “¿Es el xocomil de Atitlán el mismo viento del Mar de Galilea, el mismo viento que a decir del Apóstol Mateo desató aquella tempestad calmada por Jesucristo con su santo poder?” ¿Cómo no iban a querer tenerlo de conferencista en México, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Ecuador, España y Alemania, si tiene la capacidad de formular ese tipo de preguntas y otro tipo de constancias estéticas? Con Otto René Castillo se agarraron a trompadas con tres alemanes occidentales por una disputa que se originó al tocar el tema de dos sistemas económicos antagónicos: capitalismo y socialismo.

Igual que Malraux, dentro de él guarda un museo de todo lo que ha visto y amado. Roberto Díaz Castillo cree en la libertad y la justicia como valores realizables, no como utopía. Una mesa de Nahualá acoge sus papeles, su pluma, sus manos. No profana sus libros con subrayados ni comentarios al margen. Le gusta como salen de la imprenta, fragantes a infinito. En peluquerías de antes hojeaba Leoplán, Billiken y El Gráfico, revistas añejas como buenos vinos llegados de Argentina. Se ve las manos y piensa en la memoria que guarda su tacto. Los cateos, los exilios y las mudanzas mermaron lo que él mismo llamó su patrimonio itinerante. Como los añejos navegantes, mide el tiempo por nudos. Para él, que sí sabe de pintura, “El Guernica (de Picasso), que pertenece al pasado, ha entrado en el futuro”. Suyas fueron y seguirán siendo las calles de Santiago: Agustinas, Teatinos, Morandé, Estado, San Antonio, Alameda Bernardo O’Higgins 723 departamento 76, las calles chilenas y la residencia de su primer exilio. Sólo él tiene el privilegio de recibir cartas donde un amigo le dice en una línea que suena a manifiesto urgente: “Confío en que nos veremos pronto junto al mar rojo de una copa de vino”. Hace veinte años que no ve al poeta Juan Gelman, Juanito para él, a quien retrata como un poeta argentino dueño de honor y gloria. Con Augusto Monterroso, Tito, uno de sus más célebres amigos y maestros más cercanos, coincide en que “La diferencia entre Guatemala y México consiste en que en Guatemala hay subdesarrollito y en México subdesarrollón… Cocodrilo que se duerme, se vuelve billetera… La buena pierna, aunque sea de mujer… Hombre, mujer o ave, pero a su hora… A la mujer del amigo, nunca, pero al amigo a como dé lugar…” Abrir cartas de las de antes, fue para él sensación sin par. Con Neruda ha reunido “juguetes” —como les decía José León, su hijo— sin los cuales no podría vivir: cerámica popular mexicana, loza de Totonicapán, porrones de Chinautla, barro blanco refinado en piedra de moler, herencia pokomán, loza mayólica de La Antigua, platos con soles radiantes, un árbol de la vida de Metepec, alfarería roja de Quinchamalí. Se reconoce hijo de la Revolución de Octubre de 1944, porque fue entonces cuando aun los que no habíamos nacido nacimos a la luz, aunque hoy incluso los que no han nacido estén condenados a las tinieblas del gobierno anterior, a las tinieblas del gobierno de hoy y a las tinieblas del gobierno de pasado mañana. Desde el desprendimiento, hoy ve y contempla. Roberto Díaz Castillo / prosa moralmente adulta, elevada, poética, minuciosamente concebida a mano, sin autocomplacencias… Roberto Díaz Castillo / finura artesana, vitalidad tremenda. Espejo de José León Castillo, el abuelo, Roberto Díaz Castillo, su nieto, “ha viajado mucho y aprendido mucho”, es “un hombre de limpios antecedentes, patriota verdadero y un gran carácter que nunca claudicó aun en medio de las mayores penalidades. Sea bienvenido” a la clorofila rotunda de la Orden Mario Monteforte Toledo y reciba don Roberto Díaz Castillo, ciudadano y señor, el fraternal abrazo y el más cumplido agradecimiento de quienes tanto le debemos, pero, sobre todo, tanto lo queremos. Roberto Díaz Castillo: nunca antes hubo alguien como él. Ni lo hay. Ni lo habrá… aunque él no esté de acuerdo.

*Palabras para Roberto / su familia y sus amigos, cuando de manos de José Toledo recibió la Orden Mario Monteforte Toledo, el martes 13 de agosto de 2013, en el Instituto de Cultura Von Humboldt del Club Alemán de Guatemala. PROCEDENCIAS Roberto Díaz Castillo,
Para no saber de olvido, F&G Editores, 216 pp.,
Las fugaces horas, F&G Editores, 190 pp.,
Vigilia permanente, F&G Editores, 216 pp.