Una parodia del mundo actual presentada de manera ligera, la novela me parece valiosa por las reflexiones filosóficas esparcidas que disfruté mucho a lo largo de esta lectura amena.

Esta es una novela construida de forma ingeniosa para abordar temas de relativa profundidad con ligereza para hacerla atractiva a un gran público. Se trata de un Congreso, “el festín de la cultura” que se lleva a cabo en la isla caribeña de “Santa Clara”. Los asistentes, representantes de la cultura mundial, están varados en la isla debido a una erupción del volcán Ireneo.

Situación que el autor aprovecha para intercalar historias que nos cuentan diferentes personajes que participan en este Congreso, una para cada día de la semana, en las que nos deleita con reflexiones filosóficas sobre el mundo moderno, la tecnología, el amor, la muerte, la ciencia, la vejez, la soledad, la religión. Esto es lo realmente valioso del libro: la proliferación de comentarios y reflexiones filosóficas que se encuentran por todas partes. Es como para irlos copiando todos a medida que van apareciendo, para luego degustarlos uno por uno como deliciosos chocolates.

Aquí, algunos de ellos: Preferir la ciencia a la literatura es como empeñarse en vivir en un sótano con luz eléctrica en lugar de en el gran salón con ventanales abiertos al mar. (p. 104) La ciencia conoce y la filosofía piensa (p.183). La filosofía es la zozobra del alma, porque no sabe de dónde viene ni a dónde va, y no tiene mucho tiempo para hacerse todas las preguntas. (p.278) Reflexionar acerca del poder que creen tener los mediocres cuando forman parte de una “jauría” que persiga algún placer. Ambos apoyan su teoría en lo que Elias Canetti escribió sobre el nacimiento de estas jaurías en las que se incluyen aquellos que viven “vidas pequeñas” que pretenden compensar “empequeñeciendo las vidas de otros con prohibiciones”, y reconocen que todos en algún momento de nuestra vida hemos pertenecido a alguna de esas jaurías, que logran que se tomen medidas gubernamentales que dudosamente mejorarán la vida de nadie, pero que indudablemente interferirán en la libertad de muchos. (p. 102)
Mire, no: las lenguas son para abrirnos a los demás, no para cerrarnos sobre nosotros mismos. (p.148) “Yo creo que uno de los diez objetivos de la educación escolar debe ser proteger a los hijos de la influencia de sus padres” (p. 105), idea mantenida abiertamente por Savater en su ensayo titulado El valor de educar (Ariel, 1997), cuando afirma que hemos de educar en defensa propia, y que los hijos no son propiedad de los padres: Creo que la educación es un artificio contra lo fatal e irremediable, contra el destino de nuestra cuna. (El valor de educar, p.175) Y el mejor de todos: “No hagas caso de quienes dicen que la lectura es una provechosa afición o un respetable modo de entretenerse: leer es una forma de vida, una adicción subyugadora y excluyente. El ansia de leer es una posesión, en el sentido más diabólico y menos propicio al exorcismo del término”.