Con precaución me atrevería a opinar que en ella [Rayuela] se encuentra el viaje más fascinante que la literatura hispanoamericana ha consagrado indirectamente a la historia del Jazz.

En esta semana celebramos los 50 años de la publicación de Rayuela, de Julio Cortázar. El gran momento de la semana, un concierto Jazzuela, el jazz en Rayuela, con Léster Godínez. Aprovechamos la generosidad de Marlon Meza Teni (poeta, escritor y músico de altos vuelos, quien recientemente recibió la Médaille de la Haute Assemblée à des personnalités latino-américaines résidant en France) para reproducir un artículo sin desperdicio sobre Cortázar y el Jazz.

París blues… en el jazz de Cortázar

Hace ya muchos años que la literatura y el Jazz van de la mano y se han influenciado mutuamente. Con la distancia resulta obvio que desde su nacimiento el Jazz ha inspirado páginas elogiosas de referencia en la obra de un número considerable de escritores; y no son raros aquellos en quienes la expresión escrita resuena como un boceto sonoro. Al igual que Boris Vian, de quien puedo afirmar con el fervor de un adepto, que su obra entera está verdaderamente poblada de Jazz, Julio Cortázar atiborró literalmente sus textos con nada menos que el Jazz.

El interés de Julio Cortazár en esta forma surge con la impresión de ser el único género que reúne la noción de escritura automática o improvisación total de una nueva forma de escribir. Atraído por el surrealismo y metido de lleno en la lectura de autores como Bretón, Crevel y Aragón, el Jazz se convierte en un equivalente musical del surrealismo. Leer de nuevo o por primera vez el texto extraño y magnífico «El Perseguidor » incluido en los relatos de «Las Armas Secretas» es penetrar en la literatura sonora, sombría y sórdida del universo noctámbulo del Jazz con aroma a tabaco, soledad y cierta desesperanza conformista que hace pensar en el lamento del ‘Blues urbano’, universo que lejos está de abandonar sus raíces, y que por el contrario se adapta a los cambios sociales de América en lo que muy pronto se bautizaría como Be-bop, y Middle Jazz. Pero mucho antes está la música de la que se sirve Cortázar para esculpir involuntariamente un estilo de escritura similar a lo que luego se conocerá como un ‘Estándar’ (una línea melódica elaborada sobre una sucesión de acordes que se construyen a voluntad) lo cual nos arrastra irremediablemente a evocar el título de su libro «Modelo para armar». La lectura, la música y otras formas de arte impregnan el inconsciente provocando imágenes y formas que más tarde resurgen en una mixtura de innovaciones literarias en el caso del escritor argentino. Profundizar en la literatura de Cortázar es aferrarse al sonido oscuro y penetrante del canto negro-americano, ese mismo que envuelve y acompaña el recorrido de sus personajes a la manera de una música para films; hago un paréntesis y cito como ejemplo la música de Miles Davis en el film «Ascenseur pour l’échafaud» (Ascenseur hacia el patíbulo) de Louis Malle, o la adaptación musical de Herbie Hancock para el film de Bertrand Tavernier «Round Midnight » (Alrededor de la media noche) y aludo como ejemplo a cualquiera de estas dos producciones cinematográficas que carecerían de sentido si la música trasnochada, elemento principal del mismo Jazz con el que Cortázar ilustra sus textos, estuviera ausente. No sería inoportuno decir entonces que la notoriedad de ciertas películas y libros se debe a que estos ilustran de manera servil el protagonismo merecido que le corresponde al Jazz, y no viceversa. Un hecho verídico que la mayor parte de cineastas y escritores sería incapaz de confrontar a las razones de renombre de una buena taquilla o de tal éxito literario, sólo queda como posibilidad un dilema que no dejaría de ser inútil y anecdótico. Las artes se conjugan.

La obra mayor de Cortázar es sin lugar a dudas Rayuela.
Con precaución me atrevería a opinar que en ella se encuentra el viaje más fascinante que la literatura hispanoamericana ha consagrado indirectamente a la historia del Jazz, ya que se trata de un texto que pasando de la novela al ensayo, de la reflexión a la acción, lleva en sí esa forma de música imperecedera que acompaña y condiciona la escritura hasta convertirla dentro de otras tantas cosas, y ¡vaya tacto!, en un catálogo discográfico digno de confianza para el amante del Jazz o el neófito que sienta el deseo de iniciarse. Cortázar nos lleva por la voz abrumada y melancólica de Bessie Smith (la emperatriz del blues) cantando I wanna be somebody’s baby doll; nos hace sentir la necesidad de respirar hondo como Colemans Hawkins antes de atacar una melodía al igual que respira uno de sus personajes cuando se digna explicar un verso oscuro a otro. Nos hace renunciar a seguir los juegos de Dizzi Gillespie sin red en el trapecio más alto

El capitulo 17, (en donde Cortázar marca un acento al evocar su admiración por Louis Armostrong) es de todas las alusiones que existen en Rayuela, el canto al Jazz más apasionado y conciso.

Rayuela es una novela escrita sin precipitación a lo largo de varios años en París. Cuando se publica por primera vez en 1963, Julio Cortázar tiene cincuenta años de edad y doce de vivir en la capital francesa. La obra está dividida en dos grandes partes: «Del lado de allá» (situada en París) y «Del lado de acá» (el personaje ha vuelto a Buenos Aires) A esto se añade una tercera parte, «De otros lados» (con material textual, citas bibliográficas y autocríticas atribuidas a uno de sus personajes). Como sea, el contraste musical entre las últimas partes y la primera salta a primera vista y el Jazz que inunda los hechos acontecidos en París resulta más escaso en el Buenos Aires del Tango. Sólo queda pensar que si París es conocida como la ciudad luz también y al igual que Nueva York, podría evocarse como una Cité Blues.

El Blues, estructura esencial del Jazz (junto al swing y la improvisación) está definido por cualquier diccionario como un género poético “de la expresión musical negro-americana”; etimológicamente se alude a éste como a un canto de soledad, desesperación y tristeza.

Julio Cortázar se queda a vivir en París en 1951 después de haber llegado con una beca del gobierno francés, y de esto deriva indudablemente el desarraigo evidente entre las dos primeras partes de la novela al que Cortázar se ve confrontado (París y Buenos Aires). La perdida de una identidad absorbida por la gran ciudad europea frente a la posibilidad de comprender gracias a la distancia la realidad hispanoamericana, ¡de quoi avoir le blues! diría una expresión francesa, (suficientes razones para tener el sentimiento de melancolía y soledad).

De esta forma el lector advertido puede escoltar su recorrido a través de las páginas de Rayuela con una discografía selecta que se combina y revela gracias al sentimiento arraigado del Jazz y los trayectos del universo interior de Julio Cortázar. La enumeración de grabaciones y músicos que el escritor hace nos da una idea de sus gustos en lo que se refiere a Jazz. En una entrevista con su amigo Omar Prego, Julio Cortázar señala …Cuando llega el momento en que tengo ganas de escuchar Jazz, nueve de cada diez veces saco los discos de Duke Ellington, Armstrong, y los viejos cantantes de Blues

Al paso de sus obras mayores y relatos más breves, Cortázar nos hace escuchar un disco de Benny Carter que llena toda la atmósfera en su cuento «Carta a un amigo de viaje» en Bestiario… Otra de Gerry Mulligan en «Las armas secretas»… una canción de la radio salvada de la vulgaridad gracias a la voz de Ethel Waters en «Lucas, sus canciones errantes» de Un tal Lucas, en la cual la enumeración de pianistas de Jazz en (Lucas, sus pianistas) brotan a sabor, desde Jelly Roll Morton, Bud Powell hasta Keith Jarret pasando por el pianista francés de Bebop Georges Arvanitas…En otro cuento, «Un lugar llamado Kindberg» de su copilación en Octaedro, un aire lleno de ritmo es repetido por una muchacha chilena haciendo autostop con el nombre del saxofonista Archie Shepp. Uno de los personajes del Libro de Manuel se define como ‘el que escucha free Jazz’. En Modelo para armar Cortázar nos lleva a un club oscuro de mala reputación con un grupo de jóvenes tirados por el suelo para poder escuchar mejor los solos de Ben Webster de paso por Londres. Uno los textos jazzísticos de referencia, acaso sólo comparable a las descripciones de La vuelta al día en ochenta mundos y al personaje de Johny Carter, (escrito a la memoria de Charlie Parker) en El Perseguidor, se encuentra en «Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella» escrito junto a su compañera de vida, la novelista norteamericana Carol Dunlop dos años antes de su muerte. En éste, Julio Cortázar se sorprende de haber llevado únicamente tres casetes de Billie Holiday y nada de Ella Fitzgerald o de Helen Humes, tres casetes de Fats Waller y uno solo de Duke Ellington y Armstrong. Pero no se trata de un juicio de valor, pues ha metido esas cintas apresuradamente al salir por la mañana; el hecho es que se encuentra con …una hora de música de Charles Mingus y una más de Jelly Roll Morton, y apenas con diez minutos de Lester Young… y no obstante ha tenido el cuidado de llevar …lo mejor de Bix y Trum que suenan tan bien, claro y perfectamente tallados en la noche de los parqueos…

Julio Cortázar abre su sorprendente ‘Vuelta al día en ochenta mundos’ anunciando que además de deberle a Julio Verne el título de la obra, es al saxofonista Lester Young a quien debe …la libertad de haberlo transformado (…) Una noche en que Lester llenaba de humo y lluvia la melodía de Three Little Words sentí más que nunca lo que hacían los grandes del Jazz, éste invento que se mantiene fiel al tema que combate, que transforma o irisa. (…) Lester escogía en ese momento el perfil, casi la ausencia de tema, evocándolo como la anti-materia evoca tal vez a la materia. (…) Con el Jazz, desemboco siempre sobre lo abierto.(…) La analogía funciona en mí como en Lester el tema melódico que lo lleva al lado opuesto de una tela tejida, ahí donde los mismos hilos y los mismos colores se forman distintamente… Esta copilación incluye otros dos textos que pueden considerarse dentro de las páginas más bellas de la literatura del Jazz: Un homenaje en Clifford, al trompetista Clifford Brown, muerto en un accidente de tránsito a los veintiseis años, y su extraordinaria Vuelta al piano por Thelonious Monk, escrito después de un concierto al que el escritor asistiera en Ginebra en 1966. Un texto de referencia para leer cuantas veces sea necesario. Y sin embargo no es la alusión permanente que Cortázar hace al mundo del Jazz lo que lo convierte en un escritor culto y jazzístico sino todo lo contrario, porque su escritura está directamente influenciada por esta forma musical como lo declara en la entrevista con Omar Prego …He tratado que la frase no diga solamente lo que quiere decir, sino que lo haga de una manera que refuerce el sentido, que la introduzca por otros caminos, no en el espíritu sino en la sensibilidad del lector (…) El ritmo de la frase actúa sobre el lector sin que éste se dé cuenta. Esto explica lo que sucede al final de mis relatos, la importancia que atribuyo al ritmo final. No puede haber allí una palabra, un punto, una coma, o una frase de más. El relato debe llegar fatalmente al final como una gran improvisación de jazz o una gran sinfonía de Mozart…

¿Cómo referir el producto de dos artes conjugadas en este caso? y ¿Qué agregar sobre el fenómeno que surge del encuentro entre la literatura y el jazz como aspecto histórico-social? y ¿qué del camino andado hacia la expresión de nuevas formas? Quizás sería pertinente recordar el caso de la emigración y la esclavitud en donde surge el género hace más de un siglo como una serie de acontecimientos cargados de lirismo. Una terminología sonora transformada por el escritor en léxico literario como producto del amasijo entre la cultura afro- americana y el surrealismo hispanoamericano. El Jazz como equipaje musical del emigrante, del solitario, del creador se ha convertido hoy en un elemento indisociable de la escritura.

Rayuela es un recorrido por los laberintos de la emoción disparatada, un camino de personajes conmovedores propiamente nacidos del Jazz, en un vaivén de despojos y de temblores invernales a orillas del río Sena.

En el París y el Buenos Aires del escritor argentino hay días en que se puede abrir un libro que conduce hacia otro mientras se escucha la voz de Billie Holiday o el canto infantil de un pensamiento moribundo en el gemido de Chet Baker. En este lado y en el otro, como en una Rayuela hay días en donde todo se mueve entre la literatura y la música de Cortázar. Días en los que por extrañas razones se vuelven a escuchar viejos temas olvidados como capítulos amontonados en un rincón. Días en donde un lector o un escucha se siente hundido y con suficientemente ánimo para decirle al primer venido: Lea a Cortázar y póngale Jazz a la noche, y disculpe si hoy no le doy la mano pero acabo de salir de un piano y tengo las manos manchadas de blues.

Marlon Meza Teni

París, Otoño del 2000 (Corregido en el verano de 2013)

Publicado en la Revista « Magna Terra » en 2000 y posteriormente en el suplemento “El Acordeón” de El Periódico de Guatemala, el 21 de marzo de 2004.