Cuando nació Narciso, su madre consultó con el profeta Tiresias.
-Este niño -auguró Tiresias- vivirá hasta una edad muy avanzada, si no se contempla nunca a sí mismo.
Narciso creció muy guapo, y todas las mujeres se enamoraban de él. Pero él las rechazaba a todas, diciendo que no le interesaba el amor.
Pues bien, cuando Zeus se caso con Leda, disfrazado de cisne, le había dicho a una ninfa de las montañas, llamada Eco:
-Por favor, ¡procura que Hera no me siga!
-¿Cómo?
-Habla con ella. Dile lo que te parezca. Inventa mentiras
Entonces Eco fingió que había visto a Zeus salir disfrazado de pájaro carpintero. Hera escuchó cuidadosamente, hasta que oyó el sonido de un pico que golpeaba el tronco de un árbol, y entonces corrió a atraparlo. Pero vio que se trataba de un pájaro corriente. Cogió otro y pasó lo mismo.
Hera sospechó que Eco se había estado burlando de ella.
-Muy bien, hija mía -murmuró-. Como castigo serás invisible para siempre, y sólo podrás repetir las palabras de los demás.
Entonces Eco se enamoró de Narciso, Era una situación difícil, porque ni él podía verla a ella, ni ella podía empezar una conversación.
Un día Narciso fue de caza, y se dio cuenta de que se había alejado de sus compañeros. Eco le siguió. Narciso oyó pasos cerca de él, pero no vio a nadie.
-¿Hay alguien aquí? -gritó Narciso.
-Aquí -respondió Eco.
-¡Entonces acércate a mí! -dijo, confundiéndola con uno de sus amigos.
-¡Acércate a mí! -contestó ella.
-¡Aquí estoy!
-¡Aquí estoy!
Eco corrió hacia Narciso y le rodeó el cuello con sus brazos.
-Tú eres una mujer -gritó él-. ¡Odio a las mujeres que parecen decirme ¨bésame»!
-¡Bésame! -suplicó Eco.
Narciso la apartó bruscamente y se marchó corriendo.
La diosa Afrodita castigó a Narciso por ser tan obstinado. Dejó que viera su propia imagen reflejada en un estanque, cuando se tumbó en la orilla a beber, y se enamora locamente de ella.
Cada vez que intentaba besarse, sólo conseguía mojarse la cara y estropear el reflejo. Y, sin embargo, no soportaba la idea de abandonar el estanque. Por fin, lleno de pena y desilusión, se mató.
-¡Ay de mí! ¡Ay de mí! -gimió
-¡Ay de mí! ¡Ay de mí! -gimió Eco, que le observaba desde cerca
-¡Adiós, rostro hermoso al que amo!
-¡Adiós, rostro hermoso al que amo! -repitió Eco.
Y entonces Apolo convirtió al joven en la flor del narciso.

en Dioses y héroes de la Antigua Grecia, por Robert Graves. Tusquets.