Un domingo muy reciente, por la mañana, Alfred Kaltschmitt nos visitó en nuestra nueva sede. Dejó constancia de esta visita en una hermosa y reflexiva columna publicada este martes en Prensa Libre, que transcribimos a continuación, para quien se la haya perdido:

Estrés prenavideño

Los vientos de noviembre me cuadran a mí en lo personal. Me encanta el clima friíto y los vientos que le limpian los ojos al cielo azul y a los copetes del Agua y del Pacaya.

Con los atardeceres de noviembre tengo larga amistad, y los veo cada vez que puedo, porque prefiero su tertulia que el estrés del tráfico en esta época en la cual se me asoman con frecuencia los vestigios del hombre de Neanderthal. Confieso que en los congestionamientos y el estrés de esta época tiende a subirse a bordo ese barbudo babeante para tomar el control, como si estuviese enfrentando mamuts….

Pero en contraparte a ese estrés prenavideño, el domingo temprano me fui a Plazas Fontabella a conocer ese nuevo centro comercial. El mall está muy bien diseñado. Dos pisos de locales dentro de una arquitectura colonial que respira a la Madre Patria a través de amplios corredores y plazas internas, que brindan una sensación de amplitud y a la vez recatado resguardo. Me encantó.

Admito que fui más por seguir a Sophos, mi librería favorita —que no cueva y refugio preferido—, a deambular por su ahora espacioso y elegante nuevo local.

Siempre encuentro alguna excusa para perderme entre los anaqueles de Sophos un par de horas. Ahora, hay balcones por todos lados para salir a leer y tomar café, comerse un emparedado y hasta almorzar opíparamente, si se quisiere. Y entregarse a husmear con holgura una cantidad asombrosa de libros para olerlos, palparlos y ojearlos. Hacerlo es placer elemental.

Llegué buscando el Boxeador polaco, ultimo libro del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, que captó mi interés al leer el extracto de un capítulo en un diario local. También llegué con la intención de encontrar dos tomos de la obra narrativa de Álvaro Mutis, escritor colombiano contado entre los mejores, según el propio Gabo García Márquez, quien en esta particular colección de sus obras escribe un epílogo muy socarrón con ocasión de la celebración de los 80 años de Mutis.

Ahí, entre los amplios y bien abastecidos corredores de libros, me instalé en una sala pequeña, entre dos confortables sillones y una mesita perfecta para apilar libros y descansar humeantes capuccinos.

Al rato, divagaba con Álvaro Mutis en uno de sus relatos de la cárcel de Lecumberri, en donde fue forzado huésped por más de año y medio. Por cierto, una obra colosal que explica por qué este escritor ha recibido los premios Cervantes, Príncipe de Asturias y Reina Sofía, entre otros, y en donde el mismo Mutis admite haber alcanzado la migración literaria de la poesía a la obra narrativa.

Salí un par de horas después a conocer el resto del mall. Hay de todo, hasta un restaurante de comida china, que el chef Jake ha abierto con la misma calidad gastronómica que le merece su reputación ganada. Quise hacer una reservación, y ya estaban llenos.

Antes de que se me acabe el papel para apuntar la intención original de esta columna, reitero lo que tenía adentro y quería compartir.

No hay que dejarse atrapar por el consumismo ingrato que pretende motivar la adquisición de todo lo que no necesitas para hacerte sentir bien. Te puedes sentir bien sin la compradera infame. La solución estriba en no dejarse atrapar por la corriente, la presión incesante, esa vorágine consumista que va creciendo como partitura sinfónica hasta culminar en una locura completa de estrés, de carreras, de gastaderas absurdas que, al final, te dejan agotado con un sentimiento de nostalgia, insatisfecho por aquellos breves momentos en los cuales todos creíamos que una celebración podía hacernos felices.

Y bueno, que eso me senté a escribir este soleado domingo de noviembre con ínfulas de Navidad anticipada.