A través de Txetxu (siempre a través de Txetxu, que todo lo ve y todo lo cuenta), leemos este artículo de nuestro amigo Jordi Nadal, publicado en Infonomía que nos parece, de nuevo, un delicado e inteligente elogio del libro y que compartimos con ustedes:

Elogio (¿clandestino?) del libro.

En un vuelo de IBERIA, una persona que atendía el vuelo (azafata o sobrecargo, qué más da) estaba aprovechando un momento de tranquilidad para leer un libro.

Mi curiosidad de editor y de lector me obligó a preguntar, discretamente, qué leía. Me mostró el libro y me confesó que las normas de la compañía les permiten leer revistas o periódicos, pero no libros. Por tanto, aunque estuviese prohibida la lectura de libros, la sensualidad de la atracción por leer era superior a la exigencia de una norma.

¡Qué revelación más potente para mostrar el valor de la lectura de libros! IBERIA lo ha entendido perfectamente y creo que con ello muestra qué significa leer.

Efectivamente, no es aconsejable que lean libros durante el vuelo.

¿Cómo, si no, se podría salir rápidamente a atender aun pasajero y a cualquier necesidad o pregunta que tuviese si se está en medio de la lectura de La dama del perrito de Chéjov (mientras el autor habla de la vida auténtica)?

¿Cómo salir de la lectura de, digamos, el poema de Auden “Stop all the clocks” para servir un vaso de agua ?. (¿Cómo salir de ese intensísimo poema de duelo amoroso en un minuto?)

¿Cómo librarse de la emoción inmensa sobre el amor en sólo 18 versos de Philip Larkin en su poema “When first we faced…”?

¿Cómo se puede contestar a cualquier petición fácilmente si se acaba de leer el desgarro del protagonista de El capote, de Gogol a sus compañeros de trabajo, a los que pregunta que por qué le mortifican?

¿Cómo salir en un instante de la lectura de De Profundis de Oscar Wilde y abandonar a una persona capaz de seguir amando, incluso desde la prisión de Reading?

¿Cómo evitar disimular la conmoción de leer algo sobre cualquier genocidio, por ejemplo, el judío, cuando se lee La noche, de Elie Wiesel? ¿Cómo dejar de leer un párrafo interrogante de Primo Levi o de Imre Kertesz? (¿Cómo dejar de pensar en qué pasó para llegar al Holocausto, o a cualquier otro genocidio?)

¿Cómo atender a alguien sin sentir la necesidad de compartir lo que sientes al leer a Ryszard Kapuscinski? (Leer El mundo de hoy te da más conocimiento que leer cada día de un año un periódico inane)

¿Cómo poder hablar después de leer Trabajos forzados de Octavio Paz (cuyo texto nos recuerda que siempre acaba llegando la primavera)?

Tienen razón al prohibir la lectura de libros: a veces, algunas revistas, algunos periódicos, entretienen y a veces hasta distraen del hecho de pensar. Ofrecen, incluso con una cierta apariencia de gracia, un paseo grande por la superficie de muchas cosas. La mayor de las veces, en muchísimas páginas y secciones hablan de todo para que no se llegue a nada. En 1920, F.S. Fitzgerald escribía en A este lado del paraíso:

Queremos creer. Los estudiantes quieren creer en autores consagrados, los electores tratan de creer en los diputados, los países tratan de creer en sus dirigentes, pero no pueden. Demasiadas voces, demasiada crítica desperdigada, ilógica, precipitada. Y todavía es peor con los periódicos. Cualquier hombre rico y retrógrado, con esa mentalidad particularmente acaparadora y adquisitiva propia del genio de las finanzas, puede ser propietario de un periódico que es el alimento espiritual de miles de hombres cansados y apresurados, demasiado ocupados con sus negocios para poder tragar otra cosa que ese bocado ya digerido. Por dos céntimos el votante compra su política, prejuicios y filosofía. Un año más tarde cambia el corro de la política o el propietario del diario; consecuencia: más confusión, más contradicción, la irrupción de nuevas ideas, su adobo, su destilación, la reacción contra ellas.

Gracias a IBERIA por este elogio inmenso (y casi clandestino al mismo tiempo) a la lectura de libros. Como dice Paul Virilio, “la lectura implica tiempo para la reflexión, una reducción del ritmo que destruye la eficiencia dinámica de la masa”.

Dicho en lenguaje coloquial: cada vez que vean a alguien con una buena lectura, se está desafiando al pensamiento único, se consolida la ciudadanía y se progresa en lo humano. Cuando se habla en este contexto de buenos libros, casi se aplica al 100 % la frase de Albert Camus sobre la amistad:

“Allí donde se detiene un mundo, nace la amistad, obstinado deseo de transparencia que define la libertad. Nuestra casa avanza”

Por Jordi Nadal (jordi-nadal@telefonica.net)

Materiales citados:

poema Auden
poema Larkin
Octavio Paz , del que marco el fragmento en el que pienso especialmente
Luego de haber cortado todos los brazos que se tendían hacia mí; luego de haber tapiado todas las ventanas y puertas; luego de haber inundado de agua envenenada los fosos; luego de haber edificado mi casa en la roca de un No inaccesible a los halagos y al miedo; luego de haberme cortado la lengua y luego de haberla devorado; luego de haber arrojado puñados de silencio y monosílabos de desprecio a mis amores; luego de haber olvidado mi nombre y el nombre de mi lugar natal y el nombre de mi estirpe; luego de haberme juzgado y haberme sentenciado a perpetua espera y a soledad perpetua, oí contra las piedras de calabozo de silogismos la embestida húmeda, tierna, insistente, de la primavera. Octavio Paz, Trabajos forzados, 1949 En: ¿Águila o sol?, FCE. México, 1984

Y añado: todavía no hemos encontrado nada relacionado con el mar, pero tiempo habrá.