marguerite yourcenarMe siento absolutamente incapaz de opinar acerca de Marguerite Yourcenar. Una profunda admiración por lo que de ella había leído -y que considero dos de los libros más importantes por los que he tenido la suerte de transitar (Memorias de Adriano y Opus Nigrum)-, además de un inexplicable vínculo emocional que me liga a esta mujer de rostro sereno y mirada a la vez dulce y severa, hacen que me intimide muchísimo escribir sobre ella.

Sin embargo, ayer se cumplieron 20 años de su muerte, por lo que me permito llamar con humildad la atención a dos textos que leí ayer con ánimo de recordarla descubriéndola. (Ambos fueron publicados por Gadir, una pequeña, joven y exquisita editorial que propone autores europeos clásicos en ediciones que nos consienten en todo sentido.)wang fo

El primero es una adaptación, que la propia Yourcenar hace, para un público infantil, de un cuento que publicó originalmente en Cuentos Orientales y para el cual se inspiró en un antiguo relato chino. Se trata de Cómo se salvó Wang-Fô. La contratapa dice, sin duda correctamente, que es un “delicioso cuento oriental que nos enseña a descubrir el verdadero valor de la belleza en el arte y nos ayuda a comprender el escaso valor de las cosas materiales”. Me cuesta, sin embargo, encajar este cuento en una tradición moralista, pedagógica o de lectura unívoca. Su brevedad no obstante, el cuento permite lecturas menos simples que la estrictamente moral, que sin duda también está allí. Además de una hermosa fábula, es un ensayo sobre estética, un pequeño tratado sobre la resistencia que genera el poder y, quizás, incluso la historia del amor entre un maestro y su discípulo.

Como los mejores cuentos infantiles, que son también los mejores cuentos a secas, la narración es sencilla y el estilo, impecable en su unidad con la puesta en escena. Una lectura verdaderamente sugerente.voz de las cosas

Decidí llamar La voz de las cosas a este librito, en el que casi nada es mío, salvo algunas traducciones, si bien me ha servido de libro de cabecera y de viaje durante tantos años y a veces para hacer acopio de valor” nos anuncia Marguerite Yourcenar en la introducción al segundo texto. Esta personalísima antología de fuentes nos muestra de manera explicita la naturalidad con que Yourcenar se nutre tanto de Oriente como de Occidente. (Me) sorprende la abundancia de fuentes cristianas e incluso místicas occidentales presentes, aunque ya lo había dicho ella: “las bases de mi cultura son religiosas, y mi público lo ignora totalmente”. Escogemos ignorarlo, quizás. Yourcenar, profundamente realista y aguda conocedora de las debilidades del ser humano, hace decir, sin embargo, a Adriano: “el desorden triunfará, pero de tiempo en tiempo también el orden (…). No todos nuestros libros perecerán; se repararán nuestras estatuas rotas (…)”. Su optimismo cauto se percibe y conmueve en la cita con la que cierra La voz de las cosas, casi como un rezo:

Alma que se mantiene en pie sin caer
Agrippa de Nettesheim