Charla en ocasión de la entrega que Editorial Cultura hace de su producción anual a las Bibliotecas de la Ciudad de Guatemala, el 4 de diciembre de 2007.
«Hay una tradición llorona de la gente de libro (autores y lectores, editores y libreros, bibliotecarios y maestros). Una tendencia a quejarse hasta del buen tiempo.» Gabriel Zaid (Los demasiados libros, Anagrama 1996)
Fue muy fácil aceptar la invitación a charlar con ustedes hoy en la mañana. Hablar de cosas que me encantan, como son todas las que tienen que ver con el oficio del libro, con gente por lo menos tan apasionada como yo por esos maravillosos objetos paralelepipédicos era una ocasión que no quería dejar pasar.
El asunto se empezó a complicar cuando quise decidir acerca de qué les hablaría. Como se sabe, aunque etimológicamente el librero y el bibliotecario tienen un origen vecino (basta brincarse del griego al latín), genealógicamente, lo más probable es que el librero descienda del bibliotecario. ¿De qué podía entonces yo hablarles, cuando tengo todo que aprenderles?
Hay, por supuesto, temas importantes, temas oportunos incluso, que podríamos abordar. Felicitar a Francisco Morales Santos y a sus colaboradores por el copioso trabajo de este año, o a la Editorial Cultura por la donación que hace hoy de su producción a las bibliotecas de la Ciudad de Guatemala. Resaltar la necesidad que tenemos de más y mejores bibliotecas. Podría exhortar a los bibliotecarios a desempeñar un papel más activo en la consecución de una red más fuerte de bibliotecas. Exigir de las autoridades de gobierno una política cultural que refleje la necesidad que tenemos de un país más abierto a las letras y a la cultura o denunciar las penas que pasamos los que nos dedicamos, de una u otra forma, al libro.
Sin embargo, ¿qué posición privilegiada me permite juzgar el trabajo de unos o de otros? ¿Qué experiencia me habilita a dar recomendaciones, avalar logros o plantear caminos? Por otro lado, nada de esto sería especialmente útil para ninguno de nosotros hoy.
Hablar con mis colegas del libro acerca de lo que nos caracteriza: nuestro oficio compartido de libreros, en sentido amplio. Esa me pareció una vía más interesante ¿Qué tenemos en común, editores, bibliotecarios y libreros? ¿Qué es lo que hacemos realmente? ¿Por qué y cómo es nuestro trabajo importante?
Parto del supuesto de que entender, verdadera y profundamente lo que hacemos, lo que significa lo que hacemos, tendrá un impacto mucho mayor en nuestra eficacia que todo cuanto podamos hablar acerca de los factores externos que nos afectan.
Quiero proponer, muy particularmente, que una visión superficial de nuestros oficios, de nuestras profesiones, nos lleva a pensar que no somos sino meros custodios, guardianes, o en el mejor de los casos mensajeros o promotores de cultura.
El editor, se puede pensar, se dedica a recoger los manuscritos que llegan a su despacho, corregirlos, editarlos, y finalmente transformarlos amorosamente en papel entintado y de esa forma hacerlos accesibles a otras personas, a más personas.
El bibliotecario (por medio de donaciones como la de hoy, o sujeto a un presupuesto demasiado exiguo) recibe algunos libros, que diligente y casi obsesivamente clasifica, cataloga, indexa y ordena, para que otros puedan fácilmente encontrarlos y leerlos.
El librero, por su lado, recibe del editor, de los editores, lo que producen, lo muestra en vitrinas, mesas y anaqueles, intenta, entusiasta, atraer a potenciales clientes y, si le va bien, consigue trasladarles los libros a cambio de unos dineros.
Todos los que estamos acá nos reconocemos en las caricaturas con las que se suele representar a la gente del libro. Todos podemos ver ahora mismo un búho taciturno, polvoriento y con lentes de culo de botella, pero con un encantador brillo en los ojos. Somos gente pacífica (y pasiva) que se esconde detrás de los libros mientras el mundo afuera camina (o corre) a su propia velocidad. Personas cuyo mundo interior es tan rico como la Tierra Media de Tolkien, pero igual de alejado de la realidad como el país de las maravillas.
No tenemos problema con estas caricaturas nuestras. Nos gustan. Quizás seamos lo que somos porque aquellas imágenes nos fascinaron de pequeños. Somos esos distraídos soñadores, sin duda, pero somos mucho más que eso también.
Nos concebimos como personas bastante al margen de la sociedad. Al margen, incluso, de las transformaciones culturales que vemos, con gusto y expectación algunas, con temor y desconfianza otras. Transformaciones que nos afectan, que nos determinan.
Desde una perspectiva muy concreta, trataré de mostrar que, de hecho, editores, bibliotecarios y libreros, desde nuestros tranquilos y desordenados escritorios, estamos en pleno centro de la movida cultural, al punto que forjamos en importante medida la forma que tiene el paisaje cultural de las comunidades a las que pertenecemos.
Tomemos, si les parece, un pequeño extravío.
En 1798, el economista inglés Malthus escribe su famoso primer ensayo sobre la población. En él sostiene que, mientras la población crece geométricamente, los recursos solo crecen aritméticamente. Es decir, que, aunque la población tienda a duplicarse, la escasez de los recursos disponibles como el alimento, el agua, la vivienda, le permitirán como mucho mantenerse.
Además de su lectura de Malthus, fueron las minuciosas observaciones de los criadores (de ganado, de palomas, de perros) las que le permitieron a Darwin ir concibiendo, en 1838, su teoría de evolución de las especies por selección natural.
Hace ya unos 13,000 años que los perros nos acompañan como animales de compañía, de guardia o de caza. No es, sin embargo, sino hasta mucho más recientemente que asistimos a la aparición de literalmente docenas de razas de perros. Gracias al cuidadoso, paciente, meticuloso y ordenado proceso de selección que hacen los criadores de canes, llamamos hoy indistintamente perros a animales tan disímiles como un chihuahua, un san bernardo, un lebrero o un husky siberiano. ¿Cómo han llegado estas razas a diferenciarse tanto?
Digo yo, de la misma forma en que han llegado a diferenciarse editoriales tan distintas como el gigantesco Grupo Planeta, la estatal Editorial Cultura y el independiente Katz Editores. Exactamente de la misma forma en que se han ido formando, por ejemplo, la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, las bibliotecas municipales de Guatemala, y la pequeña marmoteca del colegio en el que estudian mis hijos. De igual manera, la librería 8½, especializada en literatura sobre cine, en Madrid, es distinta a la librería virtual Amazon, que es muy diferente a SOPHOS.
Y esta forma es la siguiente: Gracias, por un lado al cuidadoso, paciente, meticuloso y ordenado proceso de concepción y selección que hacen las gentes del libro en sus instituciones. Y éste, por el otro lado, gracias a la limitación de recursos, que obligan al establecimiento de criterios, algunos más afortunados que otros, de selección.
Veamos.
Solo en España, se publican más de 65,000 títulos nuevos al año. Podemos sumarle a esta cifra por lo menos otro tanto igual si consideramos lo que se publica en el resto de países de habla hispana. A su vez, este número palidece si pensamos en la cantidad de manuscritos que se escriben cada año, y que no llegan nunca a ser publicados.
Sabemos que un editor publica libros. Pero, cuando éste se enfrenta, incluso en la comunidad más pequeña, a más manuscritos de los que, por limitaciones de presupuesto, de tiempo o de mercado, puede publicar, ¿en qué consiste su trabajo?
Un bibliotecario cataloga libros y los pone a disposición de un público. Sin embargo, cuando su presupuesto es corto, el espacio de almacenamiento del que dispone tiene límites y la comunidad a la que sirve es especializada, pequeña o ambas, ¿qué es lo que realmente hace un bibliotecario?
Antes que otra cosa, un librero es un vendedor de libros. Pero no puede vender todos los libros habidos. No los puede exhibir, no los puede comprar, no conoce ni llega a todos los lectores interesados en todos los temas. También para el librero encontramos pues, limitaciones. Preocupaciones que tienen que ver con su oficio, por supuesto, pero que lo matizan, lo re-definen.
Vemos pues, que los límites de los oficios que nos conciernen, inherentes a éstos, se parecen: los recursos con los que cuentan escasean. Ya sean los recursos financieros, el espacio disponible, la capacidad de trabajo o el tamaño y cualidad del público objetivo, o en la mayoría de los casos, todos estos factores, limitan nuestra actividad, la circunscriben. Creo que no me excedo al afirmar que, salvo particularidades de menor importancia, con estos cuatro factores le damos la vuelta a las pesadillas, en sueño y en vigilia, comunes a todos los que estamos involucrados en el mundo del libro.
Podríamos acá, y con frecuencia lo hacemos cuando nos reunimos, sentarnos a rasgarnos las vestiduras quejándonos de estos problemas. Nos llevaría, exactamente, a donde hemos llegado hasta ahora.
Propongo, por el contrario, que veamos el papel creador de estas limitantes, y de nuestros enfoques.
Por ejemplo, el editor, agobiado por los infinitos manuscritos que le llegan y los pocos recursos de que dispone, decide seleccionar los mejores. Seleccionar los mejores, mejorarlos con su edición, y publicarlos. Publicarlos a la par de otros, pocos pero excelentes también. Si sobrevive y acierta, con el tiempo, va construyendo lo que será su obra personal: su catálogo.
El bibliotecario, por su lado, que vive a punto de asfixia por no tener con qué comprar los libros que necesita ni donde poner los libros que sí logra comprar, decide seleccionar los títulos que más coincidentemente sirvan a los usuarios de su comunidad. Va creando, así, un catálogo especializado, un catálogo, en forma de fichero, o de base de datos, que, define, por un lado, de cuál o cuáles áreas de conocimiento va a ser depositario, y por el otro, cuáles son los lectores, especialistas o generalistas, a los que va a servir. Éste catálogo, al igual que el del editor, es único e irrepetible. Le es original a quien lo construyó, es su firma, su huella digital, su ADN.
Finalmente, el librero construye a su vez su propio catálogo. Es acaso el más efímero y lábil de los catálogos. Pero, en su movilidad, en su falta de permanencia, su catálogo lo define a él y a sus clientes. El librero tampoco puede comprar ni exhibir todos los libros disponibles. Por eso, los libros que él decide ofrecer a sus clientes, conforman en su conjunto su propuesta, su identidad, su credo, casi.
Vemos así cómo el catálogo del editor, el fichero del bibliotecario y la mesa del librero, no son fruto de casualidad alguna. Cada vez que apuestan por un autor, esa apuesta dice algo de lo que pretenden ser (no necesariamente endoso o apoyo). Cada vez que uno de ellos rechaza un texto, escoge otro y lo propone como importante, relevante. Cada vez que toma una decisión, se pronuncia sobre el significado de trabajar en el mundo del libro, y sobre el papel de su institución en ese mundo.
Los buenos editores con criterio, los bibliotecarios responsables y acuciosos y los libreros entendidos y honestos, cuando son conscientes de lo que representa y significa su oficio, son creadores, al mismo título, sostengo, que los autores que ellos tanto admiran. El escritor trabaja con palabras e ideas, rechaza algunas, favorece otras, las combina de formas nuevas, las hace resucitar, las reinventa. Estoy seguro de que me siguen en la analogía. Basta cambiar palabras por títulos, ideas por autores: el editor, el bibliotecario y el librero hacen exactamente lo mismo.
El autor es padre de un título, el hombre/la mujer del libro, es padre de un catálogo. Y ojalá que pueda sentirse orgulloso de sus hijos, por humildes que sean.
No llegaré hasta decir que nuestras limitaciones son nuestra bendición, pero propongo lo que sigue:
Si logramos cobrar conciencia, cambiar de atalaya y empezar a ver que nuestros recursos escasos son, además de males ineludibles, también las herramientas, la pluma y papel con las que redactamos el manifiesto de lo que queremos decirle al mundo, no sólo disfrutaremos más de nuestro trabajo, sino que lo haremos mejor, inspiraremos a otros, crearemos cultura y quizás cambiemos lo que nos rodea.
Bien argumentado! Bravo!
Muchas gracias, rf. Por los parabienes y por estar pendiente.
qué acertado! qué bien escrito! qué cierto! qué estimulante!
vivir el mundo del libro como una hermosa y luminosa responsabilidad, que se ejerce con placer.
J
Viniendo de quien escribió, entre otras cosas maravillosas, Tampoco mis libros saben que yo existo , tu comentario me honra, Jordi. Gracias
Excelente texto. Estoy de acuerdo con vos Philipe, el editor, el librero y el bibliotecario son también artistas, en tanto que pueden imaginar y crear una comunidad de intercambio estético más amplia que el universo mismo del libro individual. Nosotros somos la obra.
Saludos,
AM
En realidad, la condición de arte depende, talvez, de la intención, además de la habilidad.
Hablamos un segundito el otro día acerca de lo que significa para un escritor, un poeta o un artista plástico trabajar (tener que trabajar) en una agencia de publicidad. Y me quedé pensando que no hay razón para que un copy, un slogan, un diseño o un jingle sean menos «bellos» que un poema, un aforismo, una instalación o una rola. Pueden incluso ser los mismos, pero parten de intenciones distintas.
Así son, para mí, los catálogos. En la intención subyacente de su composición se les encuentra el sentido. Allí nace el discurso o la falta de él.
Gracias por el comentario, Alan
[aplausos]Bravo!! Felicidades!!
Usted habla de recursos ilimitaods y de la frustración que pueden llegar a sentir algunas personas que entran en el mundo del libro, ¿puedo decir la verdad? como lectora también me siento parte de este mundo del libro, y la verdad es que casi siempre siento una frustración enorme al no encontrar los libros que busco, culpo a los libreros, a los bibliotecarios y a los editores, pero al culparlos casi siempre se me olvida que su trabajo es mucho más difícil que el que yo realizo al buscar mis libros, auque tengo que admitir que la busqueda es entretenida y se asemeja mucho a una aventura que al final me deja setisfecha, sin embargo siempre que salgo de cualquier librería no puedo evitar preguntarme ¿cuando llegará el día en los jóvenes tengamos recursos ilimitados en el mundo de los libros?
Quería decir limitados no ilimitados, y perdon por las faltas
Conozco esa frustración y la entiendo, porque la comparto. La comparto y la he vivido como lector y la vivo todos los días como comprador de libros para la librería. Para un librero, comprar es fácil: (casi) todo tienta. Lo difícil es abstenerse.
Cuando veo un catálogo para pedir libros, tengo que darle dos pasadas: en la primera marco todos los libros que quiero pedir, en la segunda tacho los que sería financieramente irresponsable pedir. Después, ajusto las cantidades (otro va y ven interno).
Si un librero, si un bibliotecario, etc… pudiera tener todos los libros que cree que debería tener, todas las librerías y bibliotecas serían grandes superficies.
Y finalmente, Ana, ese día que añora no va a llegar nunca, porque siempre habrá un recurso que nos limite. Nos acercamos a formas de reducir esas limitaciones (ver gutenberg.org, por ejemplo, o google books), pero al final, deberemos contar con nuestro criterio como herramienta de construcción de sentido en la Biblioteca de Babel.
Gracias por comentar, Ana
Inclusive este tipo de blogs sirven para reducir esas limitaciones, ¿no ha visto los foros literarios que estan creando los españoles para darles a los jóvenes un espacio para publicar sus obras? La verdad es que me parece un esfuerzo increíble, al igual que el de los sitios en internet que usted mencionó anteriormente, sin embargo para personas con tendencias bibliomanas como yo es un tanto difícil encontrar lo que buscamos en estos sitios, y la verdad es que con esto solo demuestro que necesito educar más mi «sentido literario» y darme cuenta de que lo que en realidad vale son las palabras. Gracias por contestarme.
Tiene usted razón, lo que está sucediendo no tiene ningún precedente y creo que se vienen tiempos muy interesantes. El amor a los libros de papel, sin embargo, como usted dice, no se nos quitará tan fácilmente. No creo que nos vayamos a deshacer de esa manía nunca, no del todo.
Y hay cosas que podemos hacer, sin salirnos del ámbito clásico de la bibliofilia física, que son liberadoras.
Un día de estos, dese una vuelta por la biblioteca Walt Whitman, del IGA, o la de la Marro, que tiene un ambiente muy agradable. La biblioteca César Brañas, tiene cosas que valen de veras la pena ver. Finalmente, como yo sé que es usted francófona, pase a la Mediateca de la Alianza Francesa. Es una delicia toparse con cosas sorprendentes allí, y nada más fácil que hacerse miembro y llevarse libros a su casa por un período razonable de tiempo.
Gracias de nuevo por aportar sus opiniones.
Gracias por las recomendaciones, estoy intentando sacar la memebresía a la biblioteca del IGA, pero sus horarios y mis horarios no parecen coincidir en ningún punto. Y una pregunta ¿cómo sabe que hablo francés?
En fin, le comento que una amiga y yo estamos haciendo un esfuerzo para promover las letras de algunos jóvenes con los que nos hemos topado, creo que los aportes de ellos pueden ser bastante significativo y espero que este proyecto pueda salir a flote, no es una idea muy complicada, lo único que queremos es crear un blog donde ellos puedan publicar todas sus creaciones y que las personas tengan un acceso más fácil a ellas, creo que es aquí donde el internet empieza a servir a la literatura. Gracias por su atención…
Me acabo de dar cuenta que es Ana Herrera y no Ana Herrerías. Parece que las dos hablan francés entonces.
¿Puedo recomendarle visitar http://librosminimos.org/ ? … «aparato de difusión de la literatura centroamericana, su objetivo principal es facilitar la lectura de obras contemporáneas y de textos críticos que permitan dar una visión más amplia del quehacer literario por estas latitudes.»
No, estas letras no pertenecen a Ana Herrerías, en realidad pertenecen a una niña de 16 años que le gusta pasar de vez en cuando por su librería para buscar unos cuantos libros o para inhalar el olor a café que se siente en la entrada. ¡Imagínese solo tengo 16 años (casi 17) y ya me estoy quejando de la precaria situación de los libros en el mundo!
¡Pues bienvenida al mundo del libro! Y gracias de nuevo por participar.