mercader de cafePocas veces un libro me parece decididamente fatal. Reconozco que he dejado lecturas a medias por esas circunstancias de la vida que nos llevan a abandonarlas. Digamos que algunas han sido muy difíciles por determinadas cargas emocionales; otras, por la simple obligación de llevarlas a cabo, aunque no voy a admitir en público qué libros no terminé de leer en la universidad. Sin embargo, no suele ocurrirme terminar un libro con el sincero sabor de la derrota en la boca. Los libros casi siempre muestran un lado amable, un punto con el cual darles el beneficio de la duda, hasta que uno se topa con historias como la de El mercader de café, de David Liss.

Este librillo que quiere llevárselas de novela histórica me dejó la triste sensación de haber perdido el tiempo cuando llegué al final. Digamos que a pesar de su historia mal hilada, de los personajes poco convincentes, del jalado desenlace amoroso, de las inconsistencias argumentales, esperaba que tuviera alguna gracia. Esperaba encontrar al final la justificación a los comentarios antisemitas de los personajes (judíos en su mayoría), esperaba que algo me sorprendiera, que el negocio de Miguel tuviera un giro interesante, que sus especulaciones en la bolsa fueran más ingeniosas, esperaba encontrarle la magia al café. Me parece un poco triste que alguien escriba sobre el café y no le encuentre el gusto, me parece más triste haber caído en la trampa de una buena campaña mercadológica.

Al final del año suelo hacer un recuento de mis lecturas, de los libros que disfruté, de los que volvería a leer y de los que no perderé la menor oportunidad para recomendar. En esta lista, la novela de Liss tiene el premio a mi peor lectura del 2007, es el libro que no logró convencerme, que no logró llenar mis expectativas, que me pareció tan malo como para dedicarle algunas líneas. Si a alguien le parece que me equivoco, por favor, que me cuente cuáles son sus cualidades, porque yo no las encontré.