zhuangziA Zhuangzi, filósofo chino muerto alrededor de 300 A.C., se le atribuye la autoría de (por lo menos) los primeros siete capítulos de una extensa obra que se conoce como el Zhuangzi. Solamente el famoso Tao Te Ching es más importante que éste entre los textos fundacionales del Taosimo.

La segunda de estas afirmaciones basta para que un occidental (debería más bien decir no-oriental) incompleta y tangencialmente informado, como yo, aborde luego una lectura del zhuangzi con una enorme cantidad de justificados prejuicios. Los más evidentes tienen relación con nuestra percepción del Taoismo y de su dimensión espiritual. Los menos evidentes, con nuestra tendencia a atribuir a la palabra «filosofía» significados distintos si hablamos de filosofía oriental o de filosofía occidental.

Leer el ensayo «Cuatro lecturas sobre Zhuangzi«, de Jean François Billeter ha sido en igual medida una revelación y una delicia.

En nuestro contexto hiper-relativista, es muy refrescante leer una frase como la que da inicio a estas «cuatro lecturas«:

«Hay cien maneras de leer el Zhuangzi, pero en principio sólo una es buena: la que capta en esta obra y en cada una de sus partes, con seguridad y precisión, el sentido que en ella puso el autor cuando la escribió.»

Aunque se admita a continuación que lo que se intenta es meramente aproximarse a esa lectura, se mantiene que tal lectura existe. Esto es, a mi juicio, un atino importante e imitable.

zhuangziA partir de esta premisa, nos propone Billeter, imaginemos a Zhuangzi (y no soltemos esa imagen) como, en esencia, un filósofo. Un filósofo entendido no como un ser místico, espiritual o incluso esotérico, ni como un profesional del pensamiento y la indagación, sino, en toda su simplicidad y fuerza, como «un hombre que piensa por sí mismo, tomando como objeto de su pensamiento la experiencia que tiene de sí mismo, de los demás y del mundo»

A partir de allí, al filo de los análisis que Billeter hace de algunos pasajes del Zhuangzi, el autor taoísta se va difuminando y aparece ante nuestros ojos un personaje mucho más familiar y a mi juicio más interesante: un escéptico que es consciente «de las trampas que tiende(n) el lenguaje«, la percepción y la experiencia y los «utiliza de un modo crítico«.

Así, Billeter se propone leer al filósofo, no al taoísta y (basta un ejemplo) la frase de «el que sabe no habla, el que habla no sabe«, inicialmente oscura porque se presupone espiritual, cobra sentido repentinamente cuando comprendemos que Zhuangzi se propone con ella describir la infranqueable distancia entre palabra y realidad, entre significado y significante.

En el camino de descubrir al filósofo, y de leerlo como leeríamos a Platón, o a Wittgenstein, descubrimos, además de su parecido, su originalidad respecto de sus colegas occidentales. La filosofía occidental sólo ha considerado digna de estudiar la relación del ser con el “sí mismo consciente”. La indagación filosófica de los estados de consciencia parciales (ensoñamiento, adormecimiento, despertar, estado hipnótico…, lo celestial para Zhuangzi) han sido en Occidente un dominio exclusivo de la literatura (ver Proust, por ejemplo, o Philip K. Dick). Zhuangzi pone lo celestial, lo que escapa (por poco) a la consciencia, en la primera línea de su indagación filosófica.

taoEs en este punto, quizás, en donde sea más fácil ver al místico en lugar de al escéptico, o en donde sea más difícil reconocer al filósofo en medio de un lenguaje que los clásicos exégetas taoístas han querido espiritual.

«Espero haber convencido al lector de que, si nos tomamos el tiempo necesario para leer atentamente, apartando las interpretaciones convencionales y los tópicos, Zhuangzi se revela como un filósofo perspicaz, preciso y profundo al tiempo que un autor desconcertante, insondable, que no tiene precio» concluye Billeter tras 182 páginas de estimulante discurso.

Por mi parte, espero haber convencido al lector, tras demasiadas líneas de anotaciones de lectura, de que estoy agradecido con Billeter por cada una de esas estimulantes páginas.