En estos días, aprovechando un descanso forzoso decidí revolver mi librera.
Todos esos libros apilados –por falta de espacio- son uno de mis mayores placeres.
Paseando por los estantes me encontré con Sir Arthur Conan Doyle y decidí recorrer de nuevo la emoción de sus relatos.
Mi amigo Sherlock tenía ya bastante tiempo de estar recibiendo polvo, y sin embargo, ni los años ni las capas de polvo podrían acabar con la magia de este sensacional detective.
En mi cama –pues no me queda mejor posición para leer- y escuchando la voz de Watson, se me fueron las horas y de nuevo disfruté las más de trescientas páginas de investigaciones y deducciones del cocainómano más famoso de la literatura.
Pasearse por lo suburbios de Londres, disfrazarse de borracho o de opiómano a la vez que se pone a trabajar la mente son todo uno en este detective que disfruta tanto del té y del violín como de la escena del crimen.
Y es que este investigador es un personaje como ninguno: no posee la arrogancia de Ellery Queen, ni el racismo del detective de Hammett.
Cuenta con su capacidad de deducción y su insuperable manera de atar cabos.
Es tan terriblemente bueno, que su público no soportó su muerte –la que Conan Doyle le dio, cansado ya de su personaje- y el autor tuvo que “revivirlo” para complacer a las multitudes y… resignarse al éxito.
Las aventuras de Sherlock Holmes es uno de esos libros llamados “de cabecera”, de los que siempre vuelven y a los que siempre volvemos… “elemental, mi querido Watson”…
Después de su malograda muerte, Conan Doyle, celoso de su personaje, lo resucita haciéndole decir: «Viajé durante dos años por el Tíbet, y pasé un tiempo entretenido en Lhasa y unos días con el Gran Lama.» (Sherlock Holmes, en La casa Vacía). Poco, muy poco más sobre esos dos años perdidos en la vida del detective.
Sin embargo, esos dos años fueron, quizás (y por muchas razones), los más importantes en la vida de nuestro gran héroe (nos convence Jamyang Norbu en su libro Los años perdidos de Conan Doyle publicado en El Acantilado).
Cada cierto tiempo aparecen textos apócrifos atribuidos a la mano de Conan Doyle (vía Watson). La gran mayoría, se advierte pronto, no son sino pobres y fallidos intentos de recrear un mundo y una atmósfera que el admirador del mundo holmesianos conoce demasiado bien para ser engañado.
Norbu, sin embargo, se erige en fiel continuador de la obra de Conan Doyle. Se trata, por supuesto, de otra obra apócrifa, pero una que merece la oportunidad de ser incluida en este canon.
El lector encontrará, agradecido, una aventura de Sherlock Holmes «como Dios manda», con todo lo que cabría esperar. Pero no se trata de una simple re-escritura de Conan Doyle. En su paso por el Tíbet, Lhasa, y demás, nuestro racional amigo, como tantos otros viajeros que han transitado por el lejano oriente, no quedará indiferente ante los encantos y misterios de aquella cultura tan profundamente espiritual. Siempre fiel a sí mismo, el genio escéptico (y láico ) nos introduce a un mundo que, de alguna forma, lo devolvió a la vida.
Sherlock…cada vez que cerraba los ojos me imaginaba este ingenioso, cerebral y delgado inglés. Que se aburría enormemente por la falta de retos entonces se entretenía tocando su Stradivarius o inyectarse un poco de morfina para no amodorrarse lo que le crispaba los nervios a Watson. El querido Watson, encarnación de la prudencia y la amistad. Y quien podría olvidar a Moriarty a su mismísimo nivel intelectual es como si el mismo Sherlock se desdoblara y fuera Dr Jekyll y Mr Hyde. En fin cuantas noches no han acompañado el desvelo de muchos tratando de seguir su tren de pensamiento.
Sí, los desvelos y los descansos forzosos, los largos y cortos viajes, la espera en el hospital… etc. Sherlok es uno de esos compañeros.
Quien no quisiera tener aunque sea unas pocas de sus facultades, aparte de dejars llevar por la fascinación de sus investigaciones.
Hasta el libro de J Norbu, pensé con seriedad que Moriarty era un desdoblamiento de Holmes, algo con qué engañar y al mismo tiempo burlarse de John Watson, como para darle un poco más de emoción a las aventuras que el doctor escribía en suerte de homenaje a su amigo. Como phunsiker comenta, la novela del escritor tibetano vale como parte del canon holmesiano (si bien la intromisión de lo metafísico contravendría las reglas del relato policial clásico). De cualquier manera no dejo a un lado las hipótesis extravagantes sobre Holmes-Moriarty como un mismo tipo. Desde mis años de adolescencia, eso es parte del encanto de este consulting detective que, también se dice, desquició a un escritor escocés, médico de profesión.
Muchas gracias por tu aporte. Un cordial saludo.