Biblia de NeónRural es un adjetivo que difícilmente varía. La vida “rural” es algo que en todas partes hace el mismo efecto, suena a olvido, rudeza y fanatismo. Aunque nos quedamos con la palabra olvido, por ser, quizá, la más poética. Si el olvido se puebla de memoria, surgen los fantasmas; los fantasmas que acompañan hasta el fastidio, hasta que llega el bendito día en que se hace necesario liberarlos, ponerlos en su sitio y todo con tal de alejarnos de ellos. Sin embargo lo rural parece siempre detenido, siempre está allí, en las afueras, esperando que nosotros, los carniceros de la cotidianeidad urbana, decidimos acercarnos a su aparente tranquilidad y su, aún más aparente, sencillez.

Para asomarse a estos micro universos necesitamos un buen narrador-personaje, una historia que nos conmueva hasta la nausea y algunos elementos añadidos que nos dejen completamente perplejos. Un buen aliciente podría ser ese enorme rótulo de neón pendiendo sobre la puerta de una iglesia. la imagen grosera de una biblia neón, enorme y periférica que ilumine ese rincón olvidado del mundo.

Pero, ¿quién describe la luz que restallante de este enorme altar suburbano? Contamos con un niño. Un chico que está demasiado solo, tanto, que el ser que tiene más cerca es su tía, una mujer muy mayor, que de su pasado como corista sólo conserva la excentricidad, el halo de charlatanería cosmopolita y cierta frescura que no encaja con el pueblo. También sus dos padres. La madre que es tanto o más frágil que él, y el papá, un rústico campesino pobre y acostumbrado a pelear por lo mínimo. Este es el mundo de uno de los personajes más profundos que he encontrado dentro de las páginas de un libro. Un mundo que mide unas cuantas hectáreas de terreno y donde el fanatismo es el propietario de la moral absoluta: el código cristiano blanco y discursivo que sube como una tableta efervescente cuando se trata de legislar la conducta y la apariencia de todos los habitantes de este pequeño pueblo.

“La Biblia de neón” es mucho más que esto, es una novela escrita de una manera tan clara, que es muy fácil seguirla línea a línea hasta que se convierte en una visión imposible de ponerle pausa. Quizá porque el escritor, John Kennedy Toole, sabía muy bien lo que deseaba retratar en ella, sabía que alguien que la leyera con un mínimo de sensibilidad no podría desprenderse de un trabajo tan auténtico.

John Kennedy Toole (1937-1969), ¡bueno!, poco se puede agregar a lo ya dicho. Sobrevive gracias a la instintiva mirada de su madre, que conservó los manuscritos de esta novela hasta que algún día pudieran ser publicados. Diez años después del suicidio del escritor, ella logra que una universidad norteamericana le publique “La conjura de los necios”, una obra maestra que nadie se dignó a editar mientras éste aún vivía, y que, por una traición del destino, terminaría siendo reconocida póstumamente con el premio Pulitzer y la consagración de la crítica. “La Biblia neón”, fue posiblemente su primer novela, pero no salió a luz hasta hace una década y gracias a que un académico amigo del escritor peleara un juicio de derechos de publicación contra varios familiares aprovechados. Esta obra es una prueba evidente de que vale la pena sobrevivir a la escritura, aun cuando todo parece adverso, la belleza es terrible y este trabajo la tiene de sobra, un brillante retrato del paisaje, que en el fondo no es otra cosa que el extravío dentro de una muy insistente soledad.
Javier Payeras, abril de 2006