American PsychoNadie como Pat Bateman para dar consejos: camisa, Cerruti 1818; saco, de seis botones Hemenegildo Zegna; suéteres, Ralph Lauren; zapatos, Fratelli Rosseti. A toda hora está contestando, dándole consejos a quien se los pida. El mejor restaurante. La mejor canción del mejor disco de Phill Collins. Nadie como Pat Bateman para ser un gurú del placer. No tiene límites. Seducir es conservar en formol la primera impresión: el atuendo, el lugar, la música, las palabras dichas al oído. La seducción es una batalla por el dominio absoluto; al llegar al objetivo, el vencido tiene que retirar todas sus estrategias de defensa, pedir clemencia (una clemencia que no debe otorgarse) y rendir culto al conquistador. Nadie como Pat Bateman para negar la piedad. Quizá Nietszche lo hubiera celebrado con mayor entusiasmo que yo, aunque lo celebro. Tal vez el alter ego de Zaratustra hubiera encontrado en él un fiel reflejo en estos tiempos de paródicas emulaciones eugenésicas. Este anti-héroe se comporta como un tigre, como un animal. Por favor, no lo imiten.

Resulta que lo mejor de American Psyco es ser un libro doctrinario y aleccionador para los lectores de inicios de milenio. Más aún, para los jóvenes escritores. Quizá porque es excesivo, adrenalínico, a veces vago y a veces aburrido, como todo. Su título no oculta nada. Su personaje es un psicópata gringo, muy en la tradición de los grandes asesinos seriales que tiene el país del pastel de manzana: Ted Bundy, Charles Manson y anexos. La diferencia radica en que se trata de un asesino exitoso, exitoso porque sí, porque nació para ello. Joven, guapo, dueño de un diploma en Negocios por Harvard, un gusto sofisticado e impecable, un lujoso apartamento en Nueva York y una afición por el deporte más exclusivo del mundo: la caza de gente. Quizá no exagere en la excitación que le causa pasarle los dientes de una motosierra sobre las piernas a una mujer bella o taladrarle la cabeza a su socio o introducir a una rata hambrienta en la vagina de una prostituta; son siempre juegos que lo libran del hastío. No se trata del diario de un pudoroso joven norteamericano de los años cincuenta; ni de un hiper-conciente iconoclasta del movimiento hip; no son las puertas de la percepción ni la era anti-Nixon ni el sobreviviente de los viet congs. Es la biografía de un yuppie perfecto, el nuevo Maquiavelo de Wall Street, ese incomprendido decodificador de números que surfea en las transacciones y fusiones bancarias. El monstruo que sobrevive devorándose a sí mismo, consumiéndose, y que cuando lo harta su rutina de 30 horas diarias, necesita salir a beber sangre. Es entonces cuando sale de su loft, baja por las escaleras de incendio, llega a la calle, busca a un indigente (entre más lisiado e inmundo mejor), saca un descorchador diseñado por Stark y le pincha los ojos hasta vaciárselos. El cuchillo, la pistola o el hacha terminan el resto. Habiendo liberado su sed de matar, se pone sus walkman, saca su botella de Evian y se va tarareando una canción de Talking Heads. Es el relamido inconsciente colectivo que bulle por las páginas de un libro tan patético como éste. Es la auto-punición de la década más medieval del siglo veinte, la del ochenta. O es la más descarada mofa a la sociedad de consumo que se ha escrito. Me parece que es todo en conjunto, y es algo valioso. Poe lo hubiese escrito mejor, no cabe duda, pero Bret Easton Ellis lo hace con un talento muy arraigado en la tradición del freak norteamericano. Citando a Rodrigo Fresán ” es el libro más maldito escrito por el más maldito de todos”

Pero ¿quién este simpático engendro de la muy grata literatura estadounidense? Tengo entendido que a los escritores gringos les fascina el misterio —algo muy distinto a los latinoamericanos plegados al abuso mediático y a los manifiestos mamones— , desde el invisible tótem de Salinger hasta el omnisciente Thomas Pynchon, casi todos son lobos esteparios, odiados y amados por su público. En el caso específico de Easton Ellis, se trata de un escritor que pega dos buenos strikes a los críticos literarios con sus primeros libros antes de cumplir los veinticinco años de edad. Bastante obsceno. Sucede que él sobrevivió a todo esto, sobrevivió a Menos que Cero y a la muy cuestionable adaptación cinematográfica (aunque con memorables actuaciones de James Spider y —el aún cachorro—Robert Downey Junior—). Siendo un autor nacido en 1964, hiper leído para 1986 y consagrado ya para 1992, no es de extrañar que para estas fechas ya tenga a más de una docena de escritores famosos que le rinden tributo, encabezados por Chuck Palahniuk, el inteligente maniobrador de Fight Club. Si éste californiano vive feliz, no sé, pero su libro generacional es cada vez más vigente y más leído, su página en internet sigue siendo visitada y las feministas todavía lo detestan por este irresponsable recetario de violaciones y asesinatos de mujeres. Por lo visto, hasta los más radicales defensores de la literatura libre lo han defenestrado, un chocho y puritano Norman Mailer lo condena al infierno; algunos más agudos han salido a la defensa de su muy frívolo estilo de escribir, mercadearse y vivir. ¿Qué tiene de malo ganarse un buen dinero con la escritura?, ¿todos, muy en el fondo, amamos a Tom Wolfe? El hecho es que con Easton Ellis se inició una nueva etapa: el Dickens o el Fitzgerald de aeropuerto, desmesurado e inconteniblemente delicioso.

Javier Payeras
Abril, 2006