“Pero lo que a mí me impresiona más con cada viaje que hago, es la valentía y la resolución de muchos guatemaltecos en luchar para que los daños se limiten.”

Como sólo sucede con las obras maestras, se abran en la página que se abran, El precio de la fuga de David Unger está colmada de líneas memorables que a sus lectores harán compañía desde el primer acercamiento hasta las necesarias relecturas que traerán los días y los años:

“Samuel sabía lo extraño que era decir una cosa así, pero su madre sólo mostraba emociones cuando tocaba la Appasionata de Beethoven una y otra vez en el piano. Nunca acarició una mano humana con el mismo sentimiento con el que tocaba las teclas. Era incapaz de expresar afecto, mucho menos amor. Su padre merecía miles de medallas por aguantarla todos esos años.” (p. 18)

“—Amarre sus caballos, Samuelito. No está más en Alemania, ni siquiera cerca. Tampoco en los E. U. de A. Éste es un mundo diferente. Aquí usted necesita engrasar algunas palmas (y no me refiero a las palmeras). Unos dólares aquí y allá y de pronto las cosas que no podían hacerse, se hacen. Si actúa con debilidad, dará la oportunidad a los habitantes de este lugar a pasar encima de usted, y lo harán –las pupilas de Lewis se contrajeron–. Déjeme decirle algo: aquí tiene que ser como un zorro, ¡rápido y astuto!” (p. 31)

“Pero estaba demasiado herido para decir algo como eso. Se había enamorado de un rostro, un perfume, algunas conversaciones estúpidas y un par de ojos azules. La verdad de los hechos era que él, un hombre que había estado solo toda su vida, de pronto sintió miedo a la soledad.” (p. 47)

“—Bueno, Berky, no nos enredemos en tecnicismos, en asuntos de semántica. Llámelo escaparate, almacén, burdel, fosa séptica, letrina, el más grande pedazo de mierda que haya visto, pocilga, montón de caca. ¡Dígale como quiera, mi amigo, pero nunca considere a este agujero de mierda su hogar!” (p. 109)

“Había estado paralizado por mucho tiempo, sumergiéndose más y más profundamente en el pantano fabricado por sí mismo. Ahora lucharía sus propias batallas, sin esperar ni confiar en nadie para ayudarlo o salvarlo.” (p. 269)

“Y Dios, a su vez, necesita también ser perdonado por no fulminar a los monjes en Antigua que construyeron túneles para visitar a las monjas por la noche en su convento, después de haber jurado abstinencia. Y ciertamente, los arzobispos confiesan a los obispos, eso lo sabemos; y los cardenales a los arzobispos; los papas a los cardenales; y al final de todo, Dios le concede la absolución al Papa, a menos que designe a otro sacerdote para hacerlo. Pero, ¿quién confiesa a Dios? ¿Puede responderme esa pregunta? ¿Quién puede confesar a Dios por toda la miseria que nos ha causado, o que nos ha permitido causarnos a nosotros mismos sin su intervención divina?” (p. 266)

Los lectores de Libros Vivos como Opiniones de un payaso de Heinrich Böll, temblaron en las siguientes relecturas preguntándose si alguna vez el amado tío Heinrich lograría escribir otra obra maestra como Opiniones.

Los lectores de Libros Vivos como Vivir en el maldito trópico y Ni chicha, ni limonada de David Unger, estuvieron expuestos al mismo sobresalto.

Hoy, ante El precio de la fuga no queda ni la mitad de una duda: David Unger ha tenido la capacidad o la unción o el oficio o la entrega o la paciencia de volver a escribir una obra maestra, una epifanía que sólo tiene lugar muy de vez en cuando, una epifanía que sólo envuelve a unos cuantos autores en unos cuantos idiomas: a Canetti, por ejemplo, a Beckett, a Bernhard, a Kafka, a Graham Greene, a Kenneth Cook, quienes se hubiesen puesto de pie para saludar a Unger.

Los lectores que David tiene desde sus primeras páginas (en inglés, o traducidas del inglés al español y al chino) están de fiesta.

Los nuevos lectores que tendrán las 325 páginas de El precio de la fuga también lo estarán muy pronto.

JL Perdomo Orellana 

José Luis Perdomo Orellana: ¿Alude el título de su nueva novela a esa frase “cajonera” que asegura que “todo tiene un precio”?

David Unger: En Guatemala todo tiene su precio, sea un Payaso (estoy hablando del cigarro) o el Payaso (estoy hablando del presidente). En cuanto a mi novela: sí, todo se tiene que pagar en la vida. No hay, como se dice en inglés, A Free Ride. Algo se gana al mismo tiempo que se pierde y hay que pagar la cuenta o lavar los trastes.

JLPO: Usted, que desde niño ha andado “de arriba para abajo”, sí que sabe de costos, de consecuencias, de precios. Como autor que primero escribe en inglés (y luego es traducido al español y otros idiomas) y como güiro nacido en Guatemala que tuvo que irse, ¿cuáles han sido los precios que ha pagado, a la luz y a la sombra de la inmigración que le impusieron cuando estuvo, como Henry Roth, “a merced de corrientes salvajes”?

DU: La verdad es que nadie me preguntó si yo quería irme de Guatemala. Pues sí, tenía 4 años y si fuera un patojo más vivo y seguro hubiera dicho “váyanse ustedes, yo me quedo acá.” Siempre me daba cierta tristeza cuando después de pasar un excelente verano con mis abuelos o tíos en Guate, nos teníamos que regresar al infernal calor de Miami. Me hubiera gustado vivir en Guate durante las décadas de los setenta y ochenta, aunque seguro hubiera terminado en el exilio o muerto.

JLPO: No dedica a nadie El precio de la fuga. Disculpe que todavía hayamos lectores que nos fijamos en esto que para cualquier lector de solapas es “una minucia”… pero… ¿son demasiado fuertes los contenidos de El precio de la fuga como para dedicárselos a alguien? ¿No sintió la tentación, por ejemplo, de dedicárselos al legendario “judío errante”, de quien algunos estudiosos aseguran que no ha dejado de vagar por el mundo desde que Jesucristo fue aniquilado en una cruz por andar poniendo la otra mejilla para redimir a una humanidad que fue creada indudablemente por un Dios ya harto o agotado?

DU: Fíjate José Luis que la versión en inglés está dedicada a mi papá Luis, que falleció hace 20 años y que influyó bastante en la representación de Samuel Berkow. Y a mi esposa Anne y mi agente literario Andrea Montejo. De dedicarlo al judío errante hubiera sido un poco riesgoso dado que nunca lo conocí personalmente aunque he visto sus huellas en España, Francia, Italia y Holanda y otros países en donde no fue muy bien recibido.

JLPO: “Aunque era junio, al sol no se le veía por ningún lado. De hecho, parecía un día de enero” dice usted a las primeras de cambio en el prólogo. En cuanto a los días, ¿no le ha sucedido, igual que a Mark Twain, que, a veces, o algunas, o demasiadas, hay semanas que parecen un interminable día domingo en el que lo único que se escucha es una invitación al suicidio?

DU: Así es. Alemania, en el año 1938, no era como dijo Alfred Lewis: un lugar “de fiesta”. Diría yo que era más lúgubre que un entierro si uno fuera judío, o medio judío, gitano u homosexual. Una buena comparación musical sería el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Es el allegretto, pero no tiene nada alegre: es fúnebre y capta perfectamente el tono que yo buscaba para el prólogo.

JLPO: “No sé si estoy listo para marcharme” responde de inmediato Samuel Berkow cuando su tío Jacob le dice que debe irse cuanto antes y, para colmo, a un lugar que en sus últimas cuatro letras lleva la condena: Guatemala.
Además de ser un holograma de la ansiedad, ¿es El precio de la fuga una disección del miedo, la corrupción, la fealdad, el asesinato automático e inmediato, la posibilidad de renacer desde el fondo de un pantano de cenizas mezcladas con aguas negras y la reconfirmación de aquella frase de Thomas Bernhard que sigue diciendo “El mal agradecimiento es el salario del mundo”?

DU: Exactamente. Al comienzo de la novela, yo diría que por toda su vida antes de llegar a Guatemala, Samuel Berkow había sido demasiado tímido y sin las agallas para tomar las decisiones necesarias en el momento necesario para efectuar una vida más apuntada. En vez de meterle un cuchillo al nazi que conoció en Ámsterdam, le da una bofetada y se va. Un acto vacío que no cambia nada. Berkow renace cuando finalmente comete un acto inesperado.

JLPO: ¿No barajó la posibilidad de que El precio de la fuga se titulase El precio de un judío alemán en tiempos de Hitler y Ubico?

DU: Como bien lo dices, Ubico fue la contraportada de Hitler sólo que él no tenía el mismo poder. Ubico quería aliarse con los nazis a principios de la segunda guerra hasta el momento que se dio cuenta que podía ganar más robándoles los cafetales a los alemanes de Guatemala, algo que hizo, y por eso entró al lado de los Aliados.

JLPO: El querible tío Jacob menciona, de entrada, “alguna estúpida causa en pro de la salvación de los perros salchichas o de los caniches”. ¿Ya era tan estúpido el género humano en aquellos tiempos, como para andar en ese tipo de cruzadas perrunas?

DU: Por supuesto. Hitler no hubiera tenido tanto éxito en Alemania sin tener el apoyo abierto de 70% de la población. No dudo que si se produjera otra crisis grave como padeció Alemania en los años treinta, lo mismo pasaría hoy. La situación está sumamente grave y peligrosa en Grecia y España.

JLPO: Tío Jacob dice a Samuel que debió nacer con “más astucia”, pues es “muy confiado”, tiene “buen corazón” y es “demasiado correcto”. ¿De modo que siempre ha sido preferible ser taimado y tener una cloaca donde debería estar el corazón?

DU: Creo que ciertos tiempos y ciertas situaciones demandan otro comportamiento. Uno siempre tiene que estar vigilante de lo que puede pasar. Esto no implica que uno tenga que ser un vivo y un malvado. Se necesita el balance en tiempos como los nuestros en donde los narcos, los malignos y los perversos tienen el poder de controlar casi todo en Guatemala.

JLPO: ¿Aún hay 8 mil millas desde Hamburgo hasta las costas de Panamá, o esta parte del mundo también se encogió?

DU: Pues a veces uno calcula mal. Obviamente, calculé mal. Sorry.

JLPO: ¿Todavía es lo mejor de Hamburgo “las anchas avenidas, la casa del té del Alster Pavilion, algún viaje en bote por el Elba y el zoológico Hagenbeck” o todo esto se terminó con Samuel Berkow?

DU: Fíjate que me imagino que Hamburgo como toda Europa tiende a preservar muchos de los detalles de lo que llamamos el Viejo Mundo. Seguro que Samuel encontraría un Hamburgo más saneado.

JLPO: Alfred Lewis, el inmediato amigo estadounidense de Samuel, es lapidario al señalarle que Puerto Barrios es “un hoyo de mierda” y que “la Compañía” dio “al presidente del Congreso de Guatemala ochenta mil mordidas de a dólar con tal de conseguir los votos necesarios para aprobar un proyecto de ley en el que se nos concedía la exclusividad del arrendamiento de cincuenta millas de tierra… La mayoría de esta gente sólo piensa con el estómago y con el pito, y un par de golpes en la cabeza los ayudan a entrar en razón” ¿Ha sido Guatemala una calca de sí misma durante siglos o Lewis era un exagerado?

DU: Perdón, JL, pero todo lo que dice Lewis se puede verificar en la historia de Guatemala. Siempre los que tienen el poder han vendido los recursos del país a un precio muy barato, simplemente para llenarse sus bolsillos al mismo tiempo que dicen que el pueblo se va a beneficiar. Es la mentira más grande del mundo cuando los políticos venden el patrimonio . Solo hay que prestar atención con lo que está pasando hoy en día con las minerías de Guatemala.

JLPO: Para humedecer sus acres sentencias, Alf  le atiza a una botella de Jack Daniel’s. Para humedecer las suyas, no es albur, ¿acude usted a los martinis de Dorothy Parker, a Jack o a qué o quién?

DU: Para usar una palabra mexicana, yo soy muy “fresa”. Bebo por preferencia el escocés Glenlivet y me encanta el tequila y el buen mezcal, recientemente.

JLPO: Lena, la esposa de Samuel, empieza su labor de demolición diciéndole “Te ves tonto vendiendo corbatas detrás de un sucio mostrador… eres muy aburrido”. Lena, por supuesto, nunca escucha a Mozart o a Brahms, nunca lee un solo libro, le reclama a Samuel que trabaja demasiado y lo abandona lo más pronto que puede. ¿Está usted seguro de que era sudafricana?  ¿No era quetzalteca? ¿No hay demasiadas Lenas en el mundo, aniquilando a hombres de buen corazón como Samuel?

DU: Bueno, tú sabrás mejor que yo de las quetzaltecas. En fin, creo que nosotros los hombres tenemos la tendencia de pensar con el pito y después pagar las cuentas por nuestros errores. Samuel se dejó ir por la frescura de Lena sin darse cuenta que no era buena ni para un buen polvo. Perdón por ser tan crudo, pero Samuel era demasiado inocente en todo.

JLPO: La relación de Lena con Samuel fue “un desencuentro desde el principio”. ¿Conoce alguna que no lo haya sido?

DU: ¡Ay, querido! ¿Qué quieres que te diga? Conozco matrimonios que han durado casi 70 años y la pareja dice que siguen igualmente enamorados.

JLPO: Lena era “despreocupada, efervescente y, sí, superficial”. ¿Conoce algún antídoto contra mezcla tan ominosa, además de salir corriendo?

DU: De acuerdo. Hay que disculparse y salir  corriendo.

JLPO: El retorno de Lena a Sudáfrica orilló a Samuel a clausurar “el grifo que irrigaba sus sentimientos. Juró nunca más dejarlos brotar”. ¿Es esa clausura la que buscan las Lenas del mundo en seres buenos como Samuel?

DU: No me gusta generalizar, mi querido JL, pero creo que en el campo del amor todos buscamos querer y ser queridos ¡a nuestra manera!

JLPO: ¿Podía esperar algo bueno a Samuel en Puerto Barrios si lo primero que vio fue “algunos zopilotes, destellando sus alas rematadas en blanco, afiladas como estiletes, girando en el cielo ensombrecido” ?

DU: La verdad es que no. Pero el problema de Samuel es que precisamente no se da cuenta de los signos y que algo de la naturaleza puede ser símbolo o letrero de aviso y él no lo ve.

JLPO: Al entrar “a un mundo en el cual toda su experiencia anterior no significaba nada”, Berkow piensa “No planeo acostumbrarme a nada aquí”. ¿Es éste un antídoto o un veneno peor que el siguiente aguijonazo?

DU: De nuevo, creo que Berkow quiere seguir pensando que él no quiere pertenecer a un mundo que poco entiende. Pero bien sabemos que en la realidad uno no se puede escapar de sus fantasmas históricos. Te persiguen a donde sea.

JLPO: El más esperpéntico de los personajes le asegura a Samuel que “aquí en Guatemala no tenemos un gran amor por los extranjeros y menos por un alemán…” Una frase más apegada a la realidad, ¿no tendría que haber señalado “…no tenemos un gran amor por los extranjeros y menos por otros guatemaltecos”?

DU: Así es. Lo he dicho muchas veces. Para las clases dominantes de Guatemala, la gente indígena y aun los mestizos solo existen por su capacidad de suavizar sus vidas. A fin de cuentas son herramientas, no seres humanos. Y es una tragedia, esto de valorar tan bajo a la gente.

JLPO: El Padre Cabezón, “sacerdote loco”, ¿es un homenaje a algunos sacerdotes que siguen merodeando en varias páginas añejas del maestro de maestros Graham Greene, hoy tan soslayado por la omnipolaridad planetaria?

DU: Casi todos mis libros contienen personajes que la mayoría piensa están afuera de su órbita. El Padre Cabezón es uno. Son como los bufones de Shakespeare.

JLPO: El Padre Cabezón le advierte a Samuel que Puerto Barrios “Tiene sus encantos, pero principalmente del tipo satánico. No es fácil salir de aquí…Siempre hay algo que nos detiene”. ¿No deberían las embajadas de todo el mundo advertir lo mismo a sus ciudadanos que piensan darse una vuelta por acá, aunque no pongan un pie en Puerto Barrios?

DU: Guatemala es un país visitado por más de 2 millones de turistas cada año. La verdad es que está entre los países más hermosos del mundo. Como parte de sus visitas deberían de visitar una de las fosas comunes donde se hallaron los huesos de las víctimas de los genocidios que tomaron lugar durante las administraciones de Laugerud, Lucas García y Mountain River (Ríos Montt). Y darse cuenta que la mayoría de los esqueletos pertenecen a niños y mujeres.

JLPO: El Padre Cabezón se pregunta temerariamente “Pero, ¿quién confiesa a Dios? ¿Puede responderme esa pregunta? ¿Quién puede confesar a Dios por toda la miseria que nos ha causado, o que nos ha permitido causarnos a nosotros mismos sin su intervención divina?” Samuel no pudo responderle. ¿Usted podría?

DU: Dios no existe. Pero si existiera, la pregunta sería por qué se ha dejado llevar por su adicción al poder y por crear tanta gente malévola para contaminar este mundo tan precioso. Seguro que Dios está ciego, sordo e incontinente durmiendo en una hamaca.

JLPO: Las menciones a los efectos del calor a lo largo de las 325 páginas de El precio de la fuga son un homenaje a El extranjero de Camus?

DU: ¡Seguro que sí! Me imagino que Ríos Montt y sus compinches también dirán que  cometieron sus crímenes porque el calor los enloqueció. El frío, en mi caso, tiene la culpa por todas las fallas que yo cometo.

JLPO: El “mejor remedio para los problemas”, ¿es la paciencia o la impaciencia del autoservicio del suicidio?

DU: La condena es que tenemos que vivir. La condena es que vamos a morir. No hay consuelo en este mundo. Lo único que nos queda es ser gente recta y derecha (no estoy hablando de política) en todo lo que hacemos. No somos perfectos, pero hay crímenes que no se pueden o no se deben perdonar.

JLPO: Por fin, ¿es el hombre un nabo o no lo es?

DU: En la novela, el nabo es una verdura y no el órgano sexual del hombre.

JLPO: ¿Qué dice la rola “Himmel und Erde”, como para que diera a Samuel audacia y confianza?

DU: Que el mundo terminará, pero la música sobrevivirá.  La música (estoy hablando de la buena música, sea de Bach, Beethoven o Manu Chao) es todo en la vida.

JLPO: Según Pascal y quienes han conseguido concluir sus libros antes de quedarse completamente dormidos, todos los males le vienen a uno por no tener la capacidad de estar encerrado en un cuarto, leyendo un buen libro, o algo así. Por ese lado, ¿es El precio de la fuga una contradicción de 325 páginas dedicada a Pascal, cuando el telegrafista dice “En Puerto Barrios no es necesario jugar con fuego para quemarse. Cuando menos lo espera, el fuego viene a buscarlo a usted”?

DU: Pues creo que uno de los grandes problemas de este mundo es que la gente quiere construir un mundo ideal—para eso se necesita mucho poder, mucho dinero, y la capacidad de machucar los cuerpos de otros con menos potenciales. El mundo es un lugar muy peligroso porque la única certeza que tenemos es la muerte y como nadie lo ha sobrevivido (me refiero a la muerte), no sabemos qué tan permanente lo es.

JLPO: El telegrafista añade: “Yo podría lidiar con una serpiente en mi cama, entrar en una guarida de leones, o ser perseguido por una manada de lobos, pero no quisiera estar nunca a solas en una jaula con un hombre hambriento. ¡Nunca!” ¿Es éste un homenaje del telegrafista a Twain diciendo “Eres un ser humano, no puede haber nada peor”?

DU: Púchicas, JL, no sé de dónde sacas tantas citas verídicas. No conocía ese dicho de Twain pero él en menos palabras lo dice mejor que yo.

JLPO: A propósito de los empeños del buen George, uno de los escasos personajes nobles de El precio de la fuga, un párrafo indica que “Ese era el problema en Puerto Barrios. Un paso adelante y dos atrás. Una danza loca en la cual no había ningún progreso. Era tan simple como eso.” En todos estos años que usted ha ido y ha vuelto, ¿ha habido una sola ocasión en que no encuentre a Guatemala metida de cabeza en esa “danza loca”?

DU: Todo va de mal en peor. La acumulación de dinero y poder en pocas manos, especialmente en las manos de los narcos, que son las mismas de los políticos comprados, indica eso. Pero lo que a mí me impresiona más con cada viaje que hago, es la valentía y la resolución de muchos guatemaltecos en luchar para que los daños se limiten. Hay muchos héroes en Guatemala: son los que laboran día y noche para construir un país más justo y equitativo.

JLPO: Apenas desembarcó en Puerto Barrios, Samuel Berkow se vio arrastrado por “un remolino de confusión”. Pero no se resignó a ser arrastrado, consiguió romper el cerco, enfrentó la desesperanza que lo había golpeado toda la vida y subió a un tren que, por fin, lo condujo a la ya entonces “ciudad más fea del mundo y planetas circunvecinos”. ¿Es ésta una de las tazas de té de menta que El precio de la fuga ofrece a sus lectores para cuando, como decía un poeta de Los Ángeles, “sólo nos quede el ombligo por toda oración”?

DU: No creo mucho en los triunfos definitivos, más bien en las pequeñas victorias de los individuos. Los escritores, los artistas, los músicos, los sociólogos, historiadores, cocineros, vendedores ambulantes que trabajan día tras día de manera honorable y justa para hacer el mundo un poquitín mejor. ¡La última y nos vamos!