Hueco

Hace un año pasé un fin de semana en San José, Costa Rica, con quien en ese entonces era mi novio. En camino al hotel el taxista dijo “perdón, la carretera está llena de huecos”. Nos dimos cuenta casi inmediatamente de que había un malentendido intercultural. En Costa Rica, la palabra “hueco” tiene el significado usual, un agujero o bache. Pero por un momento la palabra captó nuestra atención y nos puso en modo de alerta. Consideramos por segundos la implicación de que habían multitudes de gays, como nosotros, arruinando la carretera.

Tengo una relación complicada con la palabra hueco. Entiendo que para muchas personas significa “cobarde”. Mis amigos la usan frente a mí sin pensarlo, y me miran con ojos inquisitivos, a veces pidiendo perdón, a veces defendiendo su uso. “Tu sabes que no lo digo así, para mí no significa eso”. Al final, es fácil aburrirse de reaccionar a oírla, de explicar porque es problemática. Mis amigos me piden permiso para usarla, como si yo fuera una Comisión de Derechos de la Personas LGBT+, o un representante de la Real Academia de la Lengua Española. No se que responder. No me duele que la usen, pero recuerdo lo que significa para mí, para niños a quienes se la gritan por no meter gol durante la chamusca del recreo, para hombres que no caminan o hablan como machos, para hombres que se visten o bailan demasiado bien.

Me he vuelto insensible a oírla o leerla como insulto. La usan fachas y netcenteros en twitter, dirigida contra organizaciones de derechos humanos. La usan incluso contra activistas y organizaciones LGBT+. “Como si no lo supiéramos”, pienso con ironía, “dime algo que no sepa”.

Debería apropiarme de ella, como lo han hecho las feministas con la palabra “b*tch”. Mandaré a hacer camisetas, calcomanías y pines. Espero no recordarme de los baches de la carretera en San José.