Ocupación militar Finca La Perla, Ixcán, Quiché 1982 - Fotografía: Jean-Marie Simon

La guerrilla, chisporriante astilla.

La guerra, la más infernal perra.

Y así dejaron esta tierra, la más bella,

hecha un Valle de la Pena

Manuel Chavarría Flores

Guatemala en Llamas, 1971.

Guatemala ha sido un país azotado por guerras y conflictos. Un país que ha visto primaveras pero ante todo, ha visto a sus coterráneos y coetáneos morir en la violencia que se ha suscitado en una larga trayectoria desde hace más de 500 años.

Pero son condiciones puramente humanas el crear guerras, “el hombre es malo por naturaleza”. Según Thomas Hobbes, el humano nace malo, y no hay ninguna posibilidad de revertirlo. Por el contrario Rousseau sostenía que “el humano nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Es la antítesis de dos grandes pensadores y filósofos. No menos acertado es el enunciado de Lord Acton: “el poder suele corromper, pero el poder absoluto, corrompe absolutamente”.

La historia se repite interminablemente, el poder hegemónico que predomina en Guatemala solo ha cambiado las técnicas y tácticas para mantenerse en esa cúpula de poder. Al mismo tiempo, las fuerzas represivas que se vienen dando desde las primeras llegadas del mundo antiguo, solo se han acoplado y refinando sus métodos de terror contra las sociedades.

Pero las guerras han formado parte desde los inicios de nuestra existencia, no basta poseer el poder, hay que accionarlo o como decía Foucault: “el poder no se posee, se ejerce”, y cuando este poder ya no lo posean las instituciones (que son las encargadas del grado de desigualdad en las que viven los pueblos reprimidos) el pueblo ejercerá el poder contra estas, y quizá ahí, se quiebre ese círculo interminable e inquebrantable, pero no hay nada más inquebrantable que la justicia social, la verdad que predomina ante todos los hechos perpetuados en contra de la humanidad.

En las décadas de los 70 y 80s, se marcó el inicio de otra forma de represión; silenciosa y malévola; precisa y maquiavélica, que logró que las guerrillas cayeran y jamás se recuperaran.

Pero para esto hay que remontarse a 40 años atrás, cuando en enero de 1931, Jorge Ubico, el gran fascista y nazi guatemalteco, tomó posesión en la presidencia, que años más tarde se volvería en una dictadura, los asesinatos y las fuerzas militares elevaron su capacidad y se fortalecieron hasta donde pudieron.

Maestros, estudiantes y personas que creían en la revolución y en otro tipo de gobierno, un gobierno justo y no totalitario, fueron víctimas de este pensamiento e ideología fascista (que en realidad tuvo su nacimiento de los Estados totalitarios de Italia con Benito Mussolini, “el duce” como le gustaba llamarse y Adolf Hitler en Alemania en tiempos de la Segunda Guerra Mundial).

Jorge Ubico pertenecía a esa clase de personas que jamás dejarán de existir, seres que nacieron para un propósito, el de devastar y destruir. Tres años habían transcurrido y ya cientos de muertos llenaban las listas de los militares, se cumplían las órdenes, se alimentaba el ego del patriarca, se acrecentaba entonces, el terror.

Manuel Galich, autor, poeta, escritor de teatro (que era su gran pasión) y maestro fue uno de los primeros en esas listas de muerte. Muchos rebeldes y revolucionarios fueron asesinados, pensadores y filósofos amenazados. El exilio era la única escapatoria, el único refugio, pero no la única solución. Fueron muchos los intelectuales que permanecieron luchando. Se realizaban todo tipo de manifestaciones estudiantiles. Las demandas de estudiantes y maestros y la población jamás cesaron.

Sin embargo, la violencia estaba vigente, informantes y orejas eran una parte importante del poder imperante, estos se encargaban de denunciar y delatar a los rebeldes y revolucionarios. Manuel Ávila Ayala y Mario Méndez Montenegro con su hermano Julio César formaban parte intrínseca para el derrocamiento de Ubico. Mario (el mayor de los hermanos) sería víctima más tarde de un atentado que acabó con su vida. Un fulminante tiro en el corazón que dejaría a su hermano Julio César en la presidencia (1966-1970).

La cuestión política, económica y social en el país se fue acrecentando, se tornaba siniestra y obscura. Tras el derrocamiento de Ubico en 1944, el siguiente en tomar posesión fue Federico Ponce Vaides, lacayo de Ubico que fue derrocado meses después. Eran tiempos convulsos, nada había cambiado. La junta revolucionaria formada por Francisco Javier Arana, Jacobo Árbenz Guzmán y el ciudadano Jorge Toriello pretendían cambiar significativamente el contexto político. El libro que se puede consultar para este tema es Del Pánico al Ataque de Manuel Galich. Los estudios hechos por Roberto García Ferreira también son clave para entender los paisajes políticos-económicos y sociales que imperaban en ese entonces.

Los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz Guzmán fueron gobiernos que lucharon por el bienestar social. En el gobierno de Arévalo se crea el IGSS, las escuelas tipo federación y el escalafón para trabajadores del Estado. Sin embargo, la cuestión educacional y su estructura en sí nunca cambiaron. Los campesinos seguían sin estudios.

El libro escrito en 1951 Política Educacional de Guatemala por Manuel Chavarría Flores (el Meme Chavarría), critica esta arista en el primer gobierno de la Revolución. El gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán hizo que las estructuras de poder temblaran. El decreto 900, que fue el decreto de la Reforma Agraria les quitó tierras a los terratenientes. Tierras ociosas que no se estaban cultivando y le dio al pueblo lo que originariamente les pertenecía. El soldado del pueblo hizo carreteras, hospitales y bajó el déficit de deuda externa que para aquel entonces tenía Guatemala para con países extranjeros. Las materias primas elevaron el flujo de capital.

Los procesos contrarrevolucionarios tomaron mayor auge en el gobierno de Árbenz. El MLN (Movimiento de Liberación Nacional) formado por ultraderechistas y anticomunistas hizo golpe de Estado al gobierno de Jacobo. Para esto utilizaron a su lacayo bien conocido por la historia: Carlos Castillo Armas. A Árbenz lo dejaron solo, sin apoyo y fue cobardemente exiliado. Su nombre y su figura les hacen justicia a los pueblos y los ciudadanos que lo apoyaron en este proceso de revolución.

Todos estos acontecimientos afectaron todo el país. El anticomunismo que se estaba gestando no solo por parte interna sino externa. Ya en Venezuela el anticomunismo había derrocado gobiernos de izquierda, que pretendían un cambio sustancial para el país. Nicaragua, El Salvador, Honduras ya tenían dictaduras militares-totalitarias. Este artículo sobre el anticomunismo se puede encontrar en el libro “La Guerra Fría y el Anticomunismo en Centroamérica” coordinado por Roberto García Ferreira y Taracena Arriola.

Los gobiernos de Ydígoras Fuentes, Peralta Azurdia solo acrecentaron la inestabilidad que vivía el país. El gobierno de sucesor de Julio César Méndez Montenegro fue el de Carlos Arana, gobierno que mutiló al pueblo guatemalteco. Le sucedió Kjell Laugerud García, gobierno militar que siguió la tradición militar que no solamente imperaba en Guatemala sino en toda Latinoamérica. Eduardo Galeano escribe un libro muy atinado al respecto “Las venas abiertas de América Latina”, en la que analiza todo el contexto de dictaduras militares en esa área geográfica.

Al leer el libro de Carlos Figueroa Ibarra, “El recurso del miedo: Estado y terror en Guatemala”, me di cuenta que las estrategias que surgieron a partir del gobierno de Lucas García y Ríos Montt han sido solo una herencia de todo un sistema y aparato estatal que lo único que quiere es asesinar a los que no estén de acuerdo con las políticas totalitarias. Estos dos gobiernos causaron miles de muertes. Y fue en las épocas de 1978 a 1983 donde los asesinatos, desapariciones y torturas tuvieron su mayor auge. El análisis del autor parte de esa premisa: el terror de Estado. Métodos que fueron aprendidos por los dos hermanos Lucas García en Europa para ponerlos en práctica con la insurgencia y que culminaron con el golpe de Estado realizado por Ríos Montt el 23 de marzo de 1982. El golpe de Estado fue aprobado por los poderes imperantes, las burguesías y la clase dominante.

El análisis que realiza el autor de este libro se basa básicamente en que sin terror y terrorismo de Estado, el capital no tendría tanto flujo. Esto quiere decir que para mantener a las masas bajo el yugo, necesitan métodos contrainsurgentes. Las tácticas militares se afinaron más para el gobierno de Ríos Montt. Cientos de miles de muertos inocentes fueron víctimas de este gobierno. La bestia contra el humano. El gobierno de Reagan le dio el beneplácito al centauro (nombre adjudicado del autor a Ríos Montt), y con ello la guerra no tuvo fin, lo único que sucedió fue que los gobiernos cambiaban, el poder seguía igual. Los golpes de Estado eran esa nueva forma de gobernar.

A partir de esto, concluyo que el terror en Guatemala y la guerra jamás han terminado. Los gobiernos con auspicio internacional han coadyuvado para que la miseria en un país como el nuestro siga en el mismo rumbo. Ahora los métodos son diferentes. El miedo se representa por otros medios, ya no tan cínicamente como en los gobiernos de antes pero de igual forma hay represión. Los recursos naturales son explotados y las personas que los protegen o son desaparecidas o son asesinados. Actualmente se asesinan a líderes comunitarios que luchan en contra de todas las transnacionales que trabajan en el interior del país. Los departamentos de Guatemala se ven afectados no solo en ríos, lagos, y cultivos, sino también en cuanto a las familias y la violencia que se vive. Ya no es un tabú contar estos temas, los vivimos en sangre propia, y hay intelectuales que han escrito al respecto.

Los primeros cuatro versos de este pasaje por la historia hacen referencia a los hechos que sucedieron no hace mucho tiempo. El intelectual que las suscribe, era de esos personajes que luchan con la pluma, con las palabras y el lenguaje. El libro Guatemala en Llamas escrito en Quito, Ecuador, es de carácter revolucionario, que busca acercarse y comprender la maldad del ser humano con un lenguaje poético. Un libro que acusa al hombre, y la malicia que lleva dentro.