LAS FRONTERAS DE LA NIÑEZ

En mayo de 1968 yo vivía en Guatemala, estaba por cumplir cinco años, había aprendido a leer de forma prematura y sin embargo todavía jugaba en el patio de párvulos de un colegio calle arriba llamado ‘Caminito de luz’. El presidente de la república era el ciudadano civil Julio César Méndez Montenegro, pero eso no lo supe sino hasta más tarde, porque entonces yo ignoraba todo lo que sucedía más allá de las fronteras de mi niñez. Un año antes se había declarado al celeste como color oficial de la bandera; Miguel Ángel Asturias había ganado el premio Nobel de Literatura y semanas atrás habían asesinado en los Estados Unidos a Martín Luther King Jr., un hombre afro-estadounidense que luchaba a favor de la igualdad racial y los derechos civiles en los Estados Unidos.

En casa, mi papá veía las series ‘Misión Imposible’ y ‘Manix’, y mi mamá ‘El gran chaparral’. A veces ambos murmuraban la frase ‘Hay toque de queda, no se puede salir a la calle’, pero yo seguía sin saber que detrás de todo aquello existía un clima de opresión, porque apenas descubría el mundo entre acuarelas, tapitas de Pepsi-Cola, y crayones de cera. Mi mundo era el de las voces entusiastas del domingo y el de los murmullos temerosos que me llegaba con la voz de los adultos. Era un niño tímido con los demás pero de una curiosidad enfermiza por saber lo que se escondía adentro de los libros. Un año atrás habían asesinado en Bolivia a un joven revolucionario argentino llamado Ernesto Guevara, un día en que probablemente mi hermana y yo veíamos la forma de las nubes o buscábamos insectos raros detrás de las flores del jardín. Las imágenes del cuerpo acribillado del Ché las descubriría por casualidad en una revista con la que tropecé en casa de mi abuelo meses más tarde: un semanario que esperaba su turno para servir de fondo en un bote de basura. Aquellas fotografías me marcarían para siempre. A partir de ahí comprendí que había historias con secretos que la gente mayor evitaba abordar. Lo entendí cuando mi abuela cerró esa revista y me dijo que no viera las fotos. Adiviné sin saber cómo, que en el mundo de los adultos no todo podía decirse y que tampoco podía preguntarse todo.

En 1968, Guatemala era un país con apenas un poco más de cinco millones de habitantes, y yo ignoraba todo sobre los Beatles, porque en Guatemala reinaba el bolero, las baladas sentimentales, las rancheras y en el mejor de los casos la orquesta de Pérez Prado y la voz de Nat King Cole. El Rock and Roll de los años sesenta era visto como la música de los peludos y los drogadictos, pero cuando pregunté lo que era un peludo y un drogadicto me respondieron algo semejante a: ‘Un hijo que no le hizo caso a sus papás’, y concluí que era algo muy malo. La década de los años sesenta del siglo pasado había sido un período de efervescencia que para muchos alcanzaría un punto culminante de cambios y expectativas en aquel mayo del 68. Guatemala era un planeta aparte, repleto de volcanes y colores que había que dibujar a diario en las clases de dibujo.

Entonces yo ignoraba que años más tarde dejaría a mi familia para instalarme en Francia.

Méndez Montenegro, Presidente de Guatemala en 1968 (Fotografía Hemeroteca Prensa Libre)

VIAJE TRASATLÁNTICO

Llegué a Francia a principios de octubre de 1985. Con una mochila apenas distinta de la que me sirve aún para viajar hoy, un maletín con algunas partituras de Bach, Scott Joplin, y algunas hojas de papel pautado. Aterricé en París sin hablar una palabra de francés y sin teléfono celular. Mark Zuckerberg tenía dos años de haber nacido y no existía Facebook, ni Whatsapp, ni Skype. Llegué sin conocer a nadie y sin saber en dónde iba a vivir. Sin nada, salvo un papel doblado entre la bolsa que decía que yo era estudiante extranjero con una beca para estudiar música. El fantasma de mayo del 68 aún estaba latente, pero yo desconocía todo sobre la historia y los movimientos sociales del mundo afuera de Centroamérica. Era un joven despeinado con recuerdos tumultuosos y pertenecía a una generación que, aunque no había sido perseguida por razones políticas en Guatemala, había heredado el miedo y el avasallamiento de las dictaduras militares asesinas. Me sorprendía caminar por las calles de París libremente. Me sorprendía la libertad de poder dirigirle la palabra a un agente de policía en una esquina, y que este respondiera de manera cortés y que sonriera incluso. Aún tenía miedo de levantar la mirada y un respeto irracional por cualquier uniforme.

En 1986 conocí a la viuda de Miguel Ángel Asturias en la última residencia de ambos en París, plaza Saint Ferdinand, distrito 17, no lejos del arco del triunfo. Era una mujer de más de 80 años que no aceptó que le dijera ‘señora’ y desde el inicio me pidió que la llamara por su nombre: Blanca. Durante varios años la visité seguido, y ella nos tomó un cariño inmenso a Carolina y a mí porque estudiábamos música y veníamos del país de su Miguel Ángel. A su lado descubríamos la historia del mundo de manera más objetiva, y el siglo veinte desfilaba ante nosotros repleto de sus personajes históricos y de sus anécdotas impensables. Evocaciones que en su memoria eran una constante inagotable sobre todo cuando se trataba de abordar sus años con Asturias. A día de hoy, no he conocido a alguien con una memoria semejante.

Una tarde, después de hablar sobre ‘Weekend en Guatemala” y que ella me contara los detalles de cómo Asturias se las había ingeniado con personajes de la vida real, me atreví a cambiar de tema y a preguntarle con timidez: ‘Blanca, qué pasó en mayo del 68’, y ella me respondió ‘Miguel Ángel era embajador acá en París’… ‘Qué pasó en Francia quiero decir’… ‘ En Francia los jóvenes como tú le dieron vuelta al mundo, hubo una revolución de ideas, la juventud salió a las calles encendida por un afán de cambios. Hubo un levantamiento por la libertad. Los chicos estaban hartos de ver que el mundo seguía envejeciendo con los mismos valores y las mismas injusticias. A los estudiantes en las universidades se unieron también los colegiales, pero también los obreros. Hubo un paro general sin que nadie decretara una huelga, todos estaban motivados por realidades sociales y condiciones económicas diversas. Una rebelión contra las formas tradicionales de la práctica política. El General Charles de Gaulle tuvo que retirarse, dijo mientras me enseñaba la foto de Asturias como embajador al lado de de Gaulle. Pero no solo sucedió en Francia, el mundo entero cambió, tienes que leer estos libros, me dijo, y se puso a garabatear una lista que al día siguiente fui a sacar de las estanterías, y empecé a leer sentado en los pasillos de la biblioteca del centro Georges Pompidou.

EL CAMINO A MAYO DEL 68

Hoy puedo asegurarlo: de las ideas y de los cambios sociales que modifican el curso de la historia, no todo ser humano logra forzosamente sacar una ventaja en el momento en que suceden y abren un camino. Fue mi caso y será siempre el de media humanidad. La experiencia personal tiende a enriquecerse o a empobrecerse según el equipaje y las circunstancias geográficas del lugar en donde nacemos y las posibilidades que la sociedad nos otorga para desarrollarnos plenamente en cualquier actividad humana, así como en función de nuestra capacidad para desarrollar empatía, objetividad, humanismo y curiosidad por los demás mientras intentamos comprender los acontecimientos históricos que sistemas represivos han intentado ocultarnos o moldear a su conveniencia.

Hace 50 años mayo del 1968 era el punto culminante de un mundo en ebullición, no solo en Francia, sino también en Japón, Alemania, Italia, Brasil, Estados Unidos e incluso Guatemala en donde en marzo habían concluido las negociaciones entre el gobierno de Méndez Montenegro con la International Railways of Central America (IRCA) para terminar con una huelga de cuatro mil trabajadores que acumuló setenta y dos días. Ese mismo año, también había regresado a Guatemala el poeta Otto René Castillo para solidarizarse con la lucha armada en la Sierra de las Minas en donde escribía obras de teatro que los combatientes representaban ante campesinos, para hacerles llegar el mensaje de la guerrilla. En mi caso pasaron veinte años antes de empezar a asimilar ese período de la historia que también había sido precedido por el movimiento hippie, el llamado verano del amor en los Estados Unidos, la explosión de una nueva forma de hacer música que había visto el día en Inglaterra, las protestas contra la guerra de Vietnam.

En Francia los acontecimientos de mayo se convertirían sin embargo en un símbolo, por ser ese lugar del mundo en donde la juventud sublevada había logrado remover las bases de una sociedad con los valores oxidados. El aspecto sexual, festivo y contestatario de ciertas imágenes y consignas en los muros de la época siguen resonando hoy. “Prohibido prohibir”… “Una sociedad que abole toda aventura, hace de la abolición de esa sociedad la única aventura posible”… “La libertad comienza con una prohibición: la de perjudicar la libertad del otro”… “La policía se exhibe en la escuela de Bellas Artes, las Bellas Artes se exhiben en la calle”… “Maestros, ustedes son tan viejos como su cultura, su modernismo no es otra cosa más que la modernización de la policía”… “Vivir sin tiempos muertos, gozar sin obstáculos”… “Mientras más hago el amor, más tengo ganas de hacer la revolución. Mientras más hago la revolución, más tengo ganas de hacer el amor”… El 3 de mayo la evacuación de la Universidad de la Sorbona marca el inicio de la revuelta popular. El 10 de mayo sucede ‘la noche de las barricadas’, con 350 heridos. El 17 de mayo tres mil estudiantes del barrio de la Sorbona salen a manifestar junto a un grupo de trabajadores de la clase obrera, el 19 de mayo el Festival de Cannes es interrumpido por un grupo de jóvenes cineastas que se solidarizan con las manifestaciones: Jean Luc Godard, Claude Lelouch, Louis Malle, Roman Polanski, Francois Truffaut. El 20 de mayo todo el país se paraliza en un movimiento colectivo espontáneo, sin que ninguna organización sindical haga un llamado a la huelga. Son 9 millones en paro quienes van a provocar 1,110 manifestaciones en 43 días. Del 24 al 25 de mayo: ni correo, ni teléfono, ni gasolina en un período en donde no está de más recordar que las redes sociales son inexistentes. El 30 de mayo se disuelve la Asamblea.

Jean-Paul Sartre en una de las manifestaciones del 68

LA EXTENSIÓN DEL CAMPO DE LO POSIBLE

Tardé veinte años en saber lo que había sucedido en mayo del 68 en el mundo y en particular en las calles de París y en el resto de Francia. Leí a Miguel Ángel Asturias, y a los autores latinoamericanos del Boom que habían vivido en los hoteles y calles aledañas al barrio de la Sorbona en donde aquella revolución de valores tuvo lugar sin provocar un golpe de Estado. Porque ese mes de mayo catalogado como una encrucijada importante de cambios en la sociedad, en los valores, en la manera de percibir la vida, las leyes y los convenios es único en la historia de la humanidad, en donde las grandes revoluciones no suelen darse nunca sin masacres, tiranías, terror y genocidio. Me interesé en el París de la Belle Époque, y en particular en la vida de Enrique Gómez Carrillo que también había recorrido 50 años atrás las mismas calles, tratando de imaginar su recorrido en la misma plaza de la Sorbona, y en el hotel en donde más tarde también vivirían Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragon.

Poco después de mayo del 68 la anticoncepción fue legalizada, un poco más tarde el derecho al aborto; la liberación sexual alzó el vuelo, los hippies se refugiaban en comunidades. Hace poco alguien me preguntó si a mí aquella primavera de mayo del 68 me había servido de algo. Francia sigue siendo el ejemplo de las revoluciones más grandes, de lo contrario no estaría aquí, me oí decir, y aunque yo tuviera apenas cinco años de edad en Guatemala cuando todo aquello sucedía, he sido un heredero más, sin lugar a dudas, de la posibilidad de cuestionarme ante la autoridad sea cual sea la causa, y si tuviera que quedarme con una frase que resuma mis sentimientos por este período, guardaría la de Jean Paul Sartre dirigiéndose al entonces estudiante Daniel Cohn-Bendit, líder estudiantil del levantamiento…

“Lo interesante de su acción, es que pone la imaginación en el poder. Usted tiene una imaginación limitada como todo mundo, pero tiene más ideas que la gente mayor (…) Algo salió de usted que asombra, que revuelve, que reniega todo lo que hizo de nuestra sociedad lo que es hoy. Es lo que yo llamaría la extensión del campo de lo posible. No renuncie”.

París, Mayo de 2018

 

Marlon Meza Teni

Poeta, novelista, fotógrafo, profesor y músico guatemalteco. Antes de graduarse de la Escuela Normal Superior de Música de París, Marlon Meza Teni estudió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos y obtuvo la medalla de oro en el Primer Concurso Nacional de Piano de Guatemala en la Universidad Francisco Marroquín. También ha sido galardonado en 2013 con la medalla del Senado de Francia de altas personalidades latinoamericanas. Ha sido finalista en dos ocasiones en el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo de Radio Francia, primero con Los silencios de un cantar y después con Retrato de cuna en silla mecedora. Algunas de sus obras han sido traducidas al francés y al italiano. Entre sus principales obras citamos: El paladar del lobo, Miettes de Lune/ Noches de pan con luna, Secretos de Café con Fin. En 2018 fue el ganador del premio BAM Letras por su colección de relatos Coreografía del desencanto.